miércoles, 29 de agosto de 2012

Balikhum Blue: Malos tiempos para la lírica

1987.
Sospecho la razón por la que acuden a mi memoria los versos adormecidos y recónditos que impregnaron de melancolía aquella clase de Lengua, en la que el tan ilusionado como iluso profesor pretendía enseñarnos a declamar con más o menos arte, sentimiento e histrionismo un poema de nuestra elección. Irónicamente, entre la Canción del Pirata y los versos de Neruda, me permití colar subrepticiamente, escoltado por risitas socarronas y muecas de extrañeza, un poema sin palabras de amor desesperado ni bergantines, que no tocaba la fibra del corazón sino la de la mente. Un poema que elegí porque, cuando lo descubrí por primera vez, uno o dos años antes, ya su autor me había impresionado con la desnudez de sus versos. Ya entonces, adolescente introvertida pero ávida de ideales motivadores, me había identificado con sus valores tintados de ingenuidad, había intuido que su inconformismo era el camino que debía seguir, y había descubierto con él que a veces es necesario distanciarse del sentimentalismo y la belleza superflua. Me fascinó su sencillez y me impactó la cruda realidad que retrataba en su ópera de tres centavos.

- "Adelante, dinos qué vas a declamar"
- "Malos tiempos para la lírica..."
- "Esa me la sé yo de memoria, jajaja"
- "Eso es un golpe bajo, jajaja", se oyeron murmullos y risas por toda la clase, pues todos tenían marcada a fuego en su mente una de las canciones emblemáticas de la movida gallega, la movida de "Madrid se escribe con V de Vigo", la movida de Golpes Bajos, Siniestro, Resentidos y tantos otros.
- "... de Bertolt Brecht"
Cese de murmullos, miradas de desconcierto y cejas enarcadas.

Y lo recuerdo hoy porque así me siento ahora, así de distanciado está mi ánimo de la realidad azarosa y sin sentido, queriendo vetar sin éxito el sentimentalismo que me invade, y a mil leguas de cualquier pensamiento sugerente y provocador. Y si alguien sonreía pensando en "a ver qué relato pseudoerótico me regala hoy Balikum", seguramente enarcará las cejas igual que aquellos, sorprendido y probablemente decepcionado por el cambio de rumbo. No te preocupes, todo se pasa. Como también me temo se pasó en su día el espíritu revolucionario e inconformista que iluminó mis ensoñaciones de juventud. Como arrinconado quedó Brecht en el fondo de la estantería, aprisionado entre Anaïs Nin y Henry Miller.

MALOS TIEMPOS PARA LA LÍRICA  
                                                                                                                           
Ya sé que sólo agrada
quien es feliz. Su voz
se escucha con gusto.
Es hermoso su rostro.

El árbol deforme del patio
denuncia el terreno malo, pero
la gente que pasa le llama deforme
con razón.

Las barcas verdes y las velas alegres de Sund
no las veo. De todas las cosas,
sólo veo la gigantesca red del pescador.

¿Por qué sólo hablo
de que la campesina de cuarenta años anda encorvada?
Los pechos de las muchachas
son cálidos como antes.
En mi canción, una rima
parecería casi una insolencia.

                                                       Bertolt Brecht


Siento que solo la felicidad te acerca a mí, pero tras la triste sonrisa de carmín y la melancolía de esta mirada risueña, tras las palabras acariciadoras y sensuales, hay una realidad descarnada y no va a desaparecer porque finjamos que no exista. Que no te invada la angustia, no sufras, solo respira profunda y lentamente. Distánciate, como hago yo, como hizo Brecht, y aléjate de ella. Si yo sonrío, a pesar de todo, es por ti y para ti. Tú eres el motor de mi existencia, déjame que retome contigo el camino de la sensualidad y la sublimación de los sentidos. Déjame adornar esa realidad distante para que la nuestra sea cada vez más grata.

Ahora recuerdo por qué arrinconé entre los modernistas los poemas de Brecht...
Porque aunque en mi corazón hoy sea un mal día para la lírica, el erotismo y la sensualidad, los sentimientos lo impregnan todo y laceran mi alma, y sigo necesitando el bálsamo de esa belleza insolente. Y el de las magnéticas palabras que un día nos dijimos y el de las que nos quedaron por decir.

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lunes, 27 de agosto de 2012

Lys Green: Alta tensión. Juego erótico.

Lo realmente divertido del juego que inventamos para aliviar la tensión y romper el hielo antes de lanzarnos sin red a nuestro primer trío MHM no fue en absoluto jugar, sino el buen rato que pasamos mientras lo creábamos. El solo hecho de ponernos los tres a llenar las fichas con nuestras apetencias más secretas en un ambiente cada vez más distendido, con pruebas cargadas de erotismo y sexualidad o con nuestros deseos más ocultos, hasta entonces manzanas prohibidas, no solo nos sirvió para descargar los nervios, sino también para perder la vergüenza y hablar sin tapujos de lo que nos sugería la situación.

Lys Green: El mundo amarillo de P (II). Trío MHM.

[continuación de Lys Green y Balikum Blue: El mundo amarillo de P]

"A ver, cómo va esto porque yo no me entero. Vosotras lleváis toda la semana hablando y a mí me da mucho palo, ¿estáis seguras de querer ir los tres juntos al local? ¿Y a cuál vamos a ir? Yo no estoy nada convencido de esto..."
"Lo sabemos, tranquilo, precisamente lo que dice P es que ella sí que ha estado y que no es para tanto y es mejor ir con alguien que lo conozca. Y a ella le apetece venir. Que no te dé vergüenza que para eso lo estamos hablando, que ella nos cuente y luego decidimos, ¿vale? Si no estás convencido no vamos y punto, no pasa nada."
P está deseando empezar a hablar de esto, y repite para él lo que ya me había contado a mí por teléfono. "Yo he ido en varias ocasiones a distintos locales, pero la primera vez lo vi de día y con las luces encendidas; la siguiente ya con ambiente, pero prácticamente estábamos solos en todo el local y además no hice nada de nada, solo mirar. Yo soy muy pudorosa, tened en cuenta que ni mi marido me veía desnuda, así que es algo totalmente opuesto a lo que yo había vivido hasta entonces y me costó asimilarlo. Para que veáis, la primera vez que me atreví a meterme en un jacuzzi con más gente lo hice con biquini y si os digo la verdad, me sentí un poco ridícula. Cada uno va a su ritmo. Pero vale la pena verlo, es como si estuvieras viendo una película. Cuando ya lo has visto una o dos veces y lo asimilas, te das cuenta de que no era para tanto. Casi siempre te quedan ganas de repetir por darle otra oportunidad, aunque la primera vez te choque. Es una experiencia interesante, te replanteas muchas cosas y se te quita mucha tontería de la cabeza. De verdad, tenéis que ir, es una experiencia que hay que vivir. ¡Animaos!"

Hablaba con entusiasmo y como si fuera lo más natural del mundo, como si se tratara de ir al circo o de tirarse en paracaídas. En cierto modo, algo había de eso. Sentíamos que nos estábamos subiendo a un avión para luego saltar al vacío. Solo de pensarlo se nos ponía la piel de gallina y notábamos mariposas en el estómago. No paramos de bombardearla a preguntas y una vez convencidos de ir, empezamos a planificar cómo iríamos, a qué local y un millón de detalles más que en realidad nos preocupan más a nosotras que a ellos: qué se lleva puesto, si la gente va desnuda, si te dan ahí los preservativos, y si tienes hambre dan algún tentempié, si hay reservados donde encerrarse, si hay duchas...

P  y Lys decidieron que lo mejor era elaborar una lista de preguntas y llamar a los locales que más les habían gustado de los que encontraron por Internet. P estaba entusiasmada, pero por otro lado le preocupaba que si ella iba como chica sola y nosotros como pareja, se aburriría, y que ya puestos, lo suyo sería que hubiera chicos con los que "entretenerse". Le aseguré que con ir a verlo nosotros nos conformábamos y que no teníamos intención de dejarla sola ni mucho menos, especialmente después del detalle de ofrecerse a hacernos de guía y orientarnos sobre esto. Mil preguntas nos rondaron la cabeza, pero una vez centrados, hicimos una tabla donde marcábamos o anotábamos lo siguiente:

- Zona y dirección?
- Horario?
- Tarifa para pareja?
- Tarifa chica sola?
- Incluye consumiciones?
- Precio consumiciones?
- Mejor hora para llegar la primera vez y verlo?
- Parking?
- Relaciones públicas?
- Reservados? Cuántos? Se pueden cerrar?
- Pueden entrar chicos solos ese día?
- Vestimenta (desnudo, ropa interior, normal...)
- Zona nudista?
- Tentempié?
- Preservativos?
- Guardarropa?
- Toallas, sábanas, chanclas?
- Gel (lubricante o masaje)
- Otras instalaciones?
- Zona de contacto con chicos u otras parejas?
- Mazmorra?
- Cuarto oscuro?
- Pasillo francés?

"¿Y eso qué es?"

Empezó a contarnos cuál es la mecánica habitual en los locales y la escuchábamos absortos porque, aunque yo ya había visto algo en los reportajes televisivos, me seguía pareciendo algo propio de un mundo algo turbio, sectario e irreal. Nos lo explicó a partir de las fotos que se mostraban en las páginas web. Donde nosotros solo veíamos una barra de bar y asientos con mesitas, ella describía una zona de contacto entre parejas o con chicos solos, y una máscara veneciana y un pequeño látigo de varias puntas entre los licores, tras la barra, nos permitieron atisbar algunas de las fantasías representadas por sus usuarios; en un pasillo oscuro sin mayor interés nos señaló los agujeros en el tabique contiguo donde manos y miembros sin cuerpo se asomarían con avidez en busca de carnes o bocas anónimas; una pista de baile rodeada de asientos era una barra vertical para bailes eróticos donde despojarse de prendas y pudor o disfrutar del exhibicionismo de una espontánea showgirl o stripper; una zona de divanes entre cortinas o con aspecto chill-out junto a un jacuzzi era la zona nudista donde las parejas se dejan arrastrar impúdicas por pasiones propias y ajenas; una sala tenuemente iluminada para la foto con un diván corrido y una ventana de cristal era el cuarto oscuro para desenfrenos anónimos y manos aventureras, y una pantalla de televisión mostraba en más pulgadas de las deseables escenas de alto octanaje en sesión continua; una gran equis adornando una pared tras unas rejas permitía adivinar unas correas que invitaban a probar la seducción del bondage, y así sucesivamente. Se sentían fascinados, aturdidos y abrumados por esa nueva perspectiva de lo que no habían sabido ver las mil veces que sus ojos recorrieron aquellas imágenes, pero sobre todo por el entusiasmo con el que P, la dulce P, la aparentemente ingenua P, a quien su exmarido nunca había visto desnuda a la luz del día, y que cambiaba su toalla de sitio en la playa cuando una chica hacía top-less a su lado, describía lo que para ellos era un mundo hasta entonces prohibido, tabú, casi sinónimo de perversión y desenfreno, de frivolidad y desvergonzonería, el vacío al que saltar con el paracaídas tras una decisión irreflexiva y contraria a sus hasta entonces rígidos principios morales. Incapaces de asimilarlo aún, pero decididos a seguir adelante, comenzaron a llamar a los números que habían apuntado para completar la tabla y así elegir el sitio más apropiado.

El primer escollo con el que se toparon fue que en todos los locales el sábado era el día para parejas solas. "Pues a ver qué hacemos, porque me veo leyendo un libro mientras vosotros os lo pasáis en grande a mi lado o todo el mundo a mi alrededor se divierte, jajaja, y no voy a ir de sujetavelas vuestra, jajaja".
"Que no, mujer, que no te preocupes, con entrar y verlo nos conformamos, si no creo que yo me atreva a nada, ni a desnudarme siquiera, y este ya le ves, tiembla como un flan solo de pensarlo". Eso significa que no había posibilidad de que P encontrara un partenaire para "entretenerse". "¿Y qué hacemos?" Buscaron alternativas. "¿Y si buscamos a alguien?" "Pero no es fácil, quedar con alguien sin conocerle aunque no haya compromiso, si luego no hay feeling..." "Pues queda con cuatro o cinco a la vez antes de entrar y hacemos un casting, jajajaja". No parábamos de reírnos todo el tiempo. El hecho solo de hablar de estos temas ya nos resultaba excitante. Pero casi todo lo hablábamos nosotras, él parecía estar en una nube y le costaba seguirnos. No parecía muy convencido.

"Bueno, nunca he probado a hacerlo con una pareja, a lo mejor va siendo hora de hacerlo por primera vez, jajaja"
"¿Un trío?"
"Sí, ¿por qué no?"
"¡Un trío, jajaja!"
"Pues para hacer un trío con otra pareja y que lo disfrute otro tío, lo haces con nosotros...", interviene él por primera vez en toda la tarde.
Silencio repentino. Miradas interrogadoras.
"Pues vale, si no os importa a vosotros, por mí, bien..."

Ni recuerdo cómo siguió la cosa, pero antes que pararnos a pensarlo dos veces decidimos lanzarnos de cabeza. No fuera que nos echáramos para atrás, con lo difícil que es llegar a este punto. De repente estábamos hablando de cómo organizarnos, qué suponía eso, si a mí me importaría que mi amigo con derecho a roce, pero que venía en calidad de pareja mía, estuviera conmigo y con otra, qué pasaría si alguno se echaba atrás, cómo perder la vergüenza o romper el hielo para empezar, sobre todo entre ellos dos, qué estábamos dispuestos a hacer y qué no cada uno... Y así otras mil preguntas. Si nos hubieran pagado un euro por cada una de las dudas, preguntas y repreguntas que surgieron esa noche, seríamos millonarios. Al final, acordamos romper el hielo con un juego.
Esa noche no pudimos ni dormir de la excitación. No solo hablábamos de visitar un local juntos sino de hacer un trío. No es que diéramos un salto desde el avión, ¡es que al llegar al suelo pretendíamos correr la maratón también! Pero estábamos decididos y no nos dimos tregua.

Al levantarnos casi a mediodía nos entretuvimos diseñando un juego erótico con el que romperíamos el hielo. El solo hecho de hacerlo, pensarlo, y participar los tres en su confección con preguntas y pruebas cargadas de erotismo y sexualidad, ya nos servía para descargar los nervios, perder la vergüenza e ir entonándonos. Empezamos a hablar abiertamente de todo y el ambiente era cada vez más cómodo y distendido.

También fue divertida y relajante la preparación y el acicalamiento. Él, que en pocos minutos ya estaba duchado, vestido y dispuesto, hasta se permitió echarse una siestecita mientras nos arreglábamos. "Eso, tú duerme, que así vas reponiendo fuerzas".
Para nosotras fue especialmente divertido, casi un juego. Abrimos armarios, cajones y maletas y la habitación terminó llena de prendas, picardías, vestidos, tacones, tangas y lencería de todo tipo. Aquello parecía el probador de Zara en rebajas. Decidimos ponernos las dos un sujetador con tanga y liguero, medias de rejilla y un picardías debajo del vestido, para ir quitando prendas si se tercia en plan cebolla. Vestidito minifaldero y tacones altos. No parábamos de parlotear y reír mientras nos maquillábamos, nos peinábamos, nos pintábamos o nos retocábamos por enésima vez; nos mirábamos en el espejo y de arriba abajo la una a la otra mientras cambiábamos de vestido o de zapatos, como si acabáramos de volver de hacer compras, estuviéramos intercambiando ropa entre amigas, o nos arregláramos para salir de copas como una noche cualquiera. Pero esa sin duda no sería una noche más. La complicidad era máxima, nos sentíamos la una como una extensión de la otra, y más que envidia sentíamos admiración por lo que nos gustaba de la otra. Nos sentíamos sexys, nos parecía que nos comeríamos el mundo y que esa noche no se nos resistiría nadie si nos lo proponíamos. Lo sorprendente es que en ningún momento, ni antes ni después, nos vimos como un objeto de deseo ni pensábamos en lo que haríamos o habríamos hecho al cabo de unas pocas horas y unas cuantas copas.

Cuando por fin abrimos la puerta del salón, él se quedó mudo, no sé si porque realmente le gustaba lo que veía o por la certidumbre de que ya no había vuelta atrás, que esas dos chicas se habían arreglado así para que él pudiese satisfacer una fantasía que todos los hombres heterosexuales, sin excepción, sueñan con hacer realidad alguna vez en su vida. Y el que diga lo contrario, miente descaradamente.

[continúa en Lys Green: El mundo amarillo de P (III). El reservado]

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jueves, 23 de agosto de 2012

Betty Red: Una noche de agosto en Madrid (II). Encuentro por el chat

[Continuación de Lys Green: Una noche de agosto en Madrid (I)]

"El calor era sofocante. Un calor asfixiante, aun sin humedad. El mojito me lo había bebido casi de un trago, en ayunas y sin darme ni cuenta. Solo quedaban los hielos, pero se derretían al contacto con mis labios, que ardían. Me alegraba de estar en compañía de una persona amiga, pero aún me sentía tensa, agobiada y extenuada en extremo. Seguía necesitando canalizar todo eso y sacarlo de mí. En ese momento desearía ser Betty. O tener la decisión de Betty. ¿Qué habría hecho ella en mi lugar? Lo tenía clarísimo. No darle vueltas y lanzarse. Le habría cogido la mano, le habría dicho que es un encanto (aunque no era realmente su tipo) y si le hubiera apetecido le habría besado coquetamente en la mejilla, cerca de los labios, dejándole la puerta abierta. Lo sé porque es como actuó aquella vez, sin premeditarlo siquiera, pero de hecho fue así."

Al leer las palabras de Lys se me vino a la cabeza lo que sabía del primer encuentro de Betty con alguien que conoció a través del chat.

Era la primera vez que quedaba con un desconocido. El chico tenía la misma edad que este con el que estaba ahora Lys. Era alto, moreno, delgado, risueño, mirada sugerente. Su voz era profunda y cálida. A Betty le tranquilizó ver que más o menos se correspondía con la imagen que se había formado de él a través de las fotografías que le había enviado, aunque como suele pasar, aquellas le desmerecían bastante. Tenía la sensación de poder adivinar cómo era su carácter, aunque solo fuera por la hora larga que habían estado chateando con anterioridad. Reconoció que se lo había currado. También le dio confianza su afán por hacer que ella se sintiera segura y tranquila con él, por mostrarse tal cual era y demostrar que no tenía nada que ocultar. Enseguida le envió fotos personales, normales, de su vida cotidiana o en su trabajo. Sonriente y espontáneo en todas. Tampoco tuvo reparo en enviarle su correo electrónico personal, en el que incluso aparecía su nombre real, para hablar por Messenger más cómodamente. Más tarde le daría su número de teléfono para el caso de que surgiera cualquier cosa cuando se encontraran, pero también para que escuchara su voz y supiera que era real. No eran fotos de un tío superespectacular que parecía salido o recortado de cualquier anuncio con modelos (esto está a la orden del día en el chat o en los foros), sino fotos normales de una persona normal que se muestra como es. Sin duda ya había tenido bastantes experiencias de este tipo y se movía en aguas conocidas. Por eso se le veía seguro de sí mismo, consciente de que es él el que tiene que dar seguridad a la chica y el que tiene que arriesgar o poner de su parte si quiere que las negociaciones lleguen a buen puerto. Si tiene que enseñar una foto la enseña y lo que pone en su perfil es real y no un "quiero y no puedo" o un cebo. Los que hacen esto son los que más se quejan de que otros no se fíen o de que no haya chicas o seamos todas unas bordes. Baste decir que, si todos actuaran como este, otro gallo les cantaría. [Inciso: Si ni tú mismo crees en tu potencial y engañas desde el principio, o vas a saco, ¿cómo quieres que confíen los demás? La honestidad es importante. Eso es algo que no entienden todos en el chat y se quejan de que las parejas son muy exigentes (el que no lo entienda o no acepte las reglas del juego, que luego no se queje si no le dejan jugar...).]

Volviendo al relato... Solo por eso, Betty se decidió a darle una oportunidad. Siempre se podían echar atrás. Quedaron en ir a una cafetería a charlar antes un rato. En esta ocasión, ella era la que estaba nerviosa y él el que controlaba la situación. Después, acordaron que sí irían al local, y aún así sin compromiso. Allí pidieron sus respectivas copas y se volvieron a sentar a charlar, nada de ir a saco, no se trataba de eso. Ella recurrió a un Brugal con cola que le ayudara a desinhibirse un poco. Era la primera vez que quedaba con un desconocido y no estaba segura de si se echaría atrás en el último momento. Pero su seguridad y su magnetismo la sedujeron y la persuadieron de seguir adelante. Las luces tenues y la música acariciadora del local tornaron las sonrisas, los gestos y las miradas de curiosidad en interés por el otro, en una invitación a la seducción y al juego. Cuando ella, animada por el par de copas que le ayudaron a relajarse, sintió deseos de acercarse y besarle, se inclinó ligeramente hacia él pero no llegó siquiera a rozar su mejilla, porque él giró la cara y cruzó los labios en su camino, la acercó y la besó con intensidad y pasión, con calor, enredando su lengua con la de ella y los dedos en su melena. La sujetó por la cintura y la acercó aún más a él, haciéndola sentir pequeña, muy pequeña. Ella se dejó llevar al momento y se rindió a su atractivo y a su sonrisa pícara. Es justo lo que quería. Y no le dio mil vueltas a la cabeza sobre si es o no demasiado joven, si es o no un desconocido o si lo había conocido en un chat liberal o en la exposición de Chagall. Solo eran dos personas que deseaban lo mismo y se deseaban mutuamente.

"Ese solo quiere llevarte al huerto, te dice que le gustas y te encuentra guapa pero no es verdad, busca lo que todos los tíos". Las palabras de Mequetrefe habían sonado especialmente desafortunadas a los oídos lastimados de Lys en aquella ocasión en que ella le dijo que había conocido a alguien agradable con quien quedar algún día, solo para tomar algo, igual que había hecho él unas semanas antes. Se sintió extremadamente dolida y ofendida por el mensaje subliminal sobre su valía. Sus pensamientos le contestaron en silencio. "¿Y qué tiene eso de malo? A lo mejor es eso lo que quiero, precisamente. Me encantaría que alguien me dijera esas cosas y quisiera de verdad llevarme al huerto, y sentirme deseada, por una vez en la vida, siempre que me respeten y no me hagan daño". En eso se parecen Betty y Lys, las dos prefieren las dulces mentiras a una amarga verdad. Pero realmente Lys no estaba segura de querer eso. Lys querría poder hacer las cosas como Betty, sin pensar en ningún tipo de consecuencias, compromiso ni protocolos. Solo hacerlo. Ella no sabía que para Betty era una huida hacia adelante. Betty busca en esos encuentros una forma de llenar su vacío afectivo, y no le da vueltas ni busca razones a sus acciones para no ver la realidad. No mira atrás. Solo busca evadirse a ese mundo ideal en el que el chico en cuestión burla sus defensas, no se deja achantar por la desenvoltura y la sensación de seguridad en sí misma que transmite, y se deja embaucar por el aire de ingenuidad con el que ella se permite coquetear. No la acosa pero tampoco le pide permirso para besarla, porque ella no quiere que le pidan permiso si no es con una furtiva mirada a sus labios carnosos, con el roce de una mano en su mejilla, o ni tan solo eso, cuando los gestos sobran y la complacencia es tácita. Solo quiere que la besen con intensidad y sin explicaciones, sin justificaciones, sin titubeos. Sin más dilación. "Bésame, tonto". Quiere que le demuestren que pueden tomar el relevo y hacerse con el control de la situación. Es entonces cuando ella se entrega y se abandona a sus instintos, se deja conquistar, invadir y desnudar literalmente. Le gusta el juego y disfruta con la tensión sexual, los necesita y alimenta con ellos sus noches húmedas.

Lys, sin embargo, necesita saber a qué atenerse. Necesita que las cartas estén sobre la mesa y marcar los límites, aunque luego se los salte. Los nervios le hacen hablar siempre demasiado, es cierto, pero en su fuero interno sabe que ese mismo beso que ansía Betty haría que olvidara las palabras. Lys, que todo lo racionaliza, necesitaría, de darse el caso, el equilibrio entre pares. Estar los dos seguros de lo que quieren, los dos sin compromiso, los dos apasionados pero respetándose mutuamente. El equilibrio es muy delicado, pero cuando se produce es muy satisfactorio. Incluso puede que los encuentros se repitan y en las mismas circunstancias. Hasta que algo interfiere y ese delicado equilibrio se quiebra. Cualquier cosa. Cualquier detalle. Entonces uno empieza a comerse el coco más de la cuenta y el castillo de naipes, otra vez un castillo de naipes, se desmorona. Y a empezar de nuevo.

Estos encuentros son para Betty un placer efímero. Lo cierto es que echa de menos despertarse por la mañana y desayunar charlando con la misma persona con quien lo había hecho el día anterior. Pero oculta su fragilidad tras una máscara. Su forma de actuar en el chat en ocasiones la define. Le encantó una frase que le dijo un jovencito, que lo era demasiado para su gusto, pero que le pareció divertido. "Tienes cama y duermes en el suelo". Le sorprendió. ¿De verdad daba esa imagen de dura? Es verdad que su perfil era un poco borde para evitar la avalancha de "bops" que la invitaba a salir huyendo del chat. A veces se cierra en banda y aparenta llevar ella las riendas; hasta se permite ponerse un poco difícil.


Tras aquel profundo beso, no había nada más que decir. Sus cuerpos ardiendo les llevaron a un reservado donde se fueron despojando entre besos y caricias anhelantes de todo lo que se interponía entre su piel y la de él. Las botas altas de mosquetero, el vestido escotado, el polo oscuro de él, los pantalones... terminaron desperdigados por el suelo, el banquito o la mesilla del reservado con tal desconcierto que luego les costó encontrar a tientas más de una prenda. Una celosía volada sobre el banquito separaba el pequeño reservado del contiguo, y al cambiar de posición ella notó como una mano masculina se apoyaba con delicadeza sobre la suya mientras jadeaba sobre su pareja, buscando la complicidad de un contacto a ciegas. Ella no la apartó. No podía dejar de disfrutar de su propio placer al tiempo que se despertaba en ella una morbosa sensación de estar compartiendo su experiencia con la de la pareja de la que los separaba un entramado de apenas cinco centímetros, que dejaba adivinar las siluetas y filtraba murmullos anónimos. Así que los suspiros y los jadeos de uno y otro lado se entrelazaron, como los dedos del desconocido con los suyos, hasta el punto de que su cómplice "invisible" terminó por apretar su mano para hacerla partícipe de su clímax, y no se separó de ella sin una caricia sincera de agradecimiento. Ella se sintió entonces aún más receptiva y deseosa de volcar su pasión en su acompañante y se saltó varias de las normas que había esbozado en su cabeza para un primer encuentro.

En apenas tres horas, probaron todo tipo de posiciones, caricias y juegos hasta en tres reservados distintos. En todos ellos alcanzaron el culmen máximo de placer, tanto él como ella, e incluso se permitieron admirar la belleza de los dos cuerpos desnudos encajados como si fueran piezas de un puzle en el espejo de la pared. Necesitaron tomarse los preceptivos descansos en los dos jacuzzis y la sauna del local para recuperar fuerzas, pero no llegaba a pasar ni un cuarto de hora antes de que buscaran otro rincón donde acariciarse y besarse y volcar las ganas de vampirizarse el uno al otro hasta caer extenuados. Así pasó en las tres ocasiones. A ella le sorprendió que él dijera que no estaba en forma, porque desde luego su rendimiento fue más que sobresaliente. Y al día siguiente, cuando volvieron a chatear, los dos reconocieron tener agujetas por todo el cuerpo. A él no sé qué le sorprendió. Quizás que ella se mostrara tan dispuesta y receptiva en un primer encuentro. El caso es que decía que no solía repetir con la misma chica. Pero repitieron. Vaya si repitieron...

Hace mucho calor en casa, me estoy asfixiando y ahora no pienso en Lys ni en Betty. Solo pienso en lo que haré yo esta noche de agosto. Me sobra la ropa, y eso que solo llevo unas braguitas de Snoopy y una camiseta de tirantes, y el pelo recogido en un pequeño moño. Seguro que al levantarme se me quedará la piel de la silla pegada a los muslos. Estoy sudando pero no sé si solo por el calor que hace en casa. Necesito darme una ducha y refrescarme. Estoy segura de que pensar y escribir esto hace que aún sude más. Tengo que darme prisa porque escribiendo se me pasó el tiempo sin darme ni cuenta. Aún no sabemos cómo terminó la noche de Lys. Pero sí sé que Lys tuvo la suya y Betty también. Ahora me toca a mí. Mi chico me está esperando en un hotel. No sé lo que nos deparará a nosotros esta noche de agosto en Madrid. Qué calor...

[continuará]

lunes, 20 de agosto de 2012

Lys Green: Una noche de agosto en Madrid (I)

"Amore, si es que yo en el fondo soy muy tradicional..."

Soy una romántica empedernida, lo reconozco. Por encima de todo adoro sentir mariposas en el estómago cuando evoco tus besos o tus caricias, saltar de un brinco como una adolescente a coger el teléfono por si eres tú quién me llama y sonreír como una idiota mientras whassapeamos, uno más de los presuntos males de la sociedad actual y que Forges omitió inadvertidamente, como bien indicó alguien en la página de Facebook de Balikum Blue. Por primera vez desde que tengo memoria me siento libre, querida, valorada, y en absoluto coartada o limitada en ningún aspecto de mi vida sentimental.  Desde el momento en que tuve plena conciencia de que nuestra relación era consistente, quise apostar por ella. Y es cierto que no nos vemos más que un par de noches cada dos semanas, que nos vampirizamos mutuamente y nos emborrachamos de sexo cuando nos toca, pero somos capaces de eso y de pasar una semana entera juntos sin tener nada más que hacer, ni nada menos, que sentir el calor de nuestros cuerpos cuando se fusionan o acariciar tu pelo mientras tú siesteas y yo escribo mil historias efímeras en mi cabeza. O como aquel día en la playa (antes de que al unísono contuviéramos el aliento, enrededados nuestros dedos, al ver que el cielo vespertino se teñía inusualmente de rojo bermellón y llovía ceniza), en que respiramos hasta saciarnos el mismo aire perfumado de mar y cedro, mientras curioseabas la música de mi iPod con tu cabeza apoyada en mi torso desnudo.  Eso es para mí la felicidad. Y no lo cambiaría por nada.



miércoles, 15 de agosto de 2012

Balikhum Blue: El colombiano y el atrapamariposas

[continuación de Perfil: Balikhum Blue]

"¿Eso es un camaleón?"

Bebe se incorpora bruscamente y su mirada se cruza con la profundidad de unos ojos del color del azabache.
"Perdona, no quería asustarte...", le dice un joven atractivo, de piel morena y cabello ralo y oscuro. Mantiene la distancia, sonríe abiertamente y hace un gesto mostrando las palmas de las manos, como queriendo significar que no tiene nada que ocultar y no es ninguna amenaza. Bebe le mira desconcertada unos segundos y sin dejar de mirarle se pone en cuclillas junto al camaleón, que se encamina hacia el árbol más cercano ajeno a todo. "Sí" "Nunca había visto uno de cerca, ¿de dónde lo has sacado?" "De Marruecos" "¿Puedo tocarlo?" Y sin esperar respuesta, avanza lentamente hacia ella para tocar el camaleón, que empieza a subir por el brazo de Bebe hasta su hombro, de donde ella lo vuelve a bajar en previsión de que se enrede en su larga melena trigueña. "¿Puedo tenerlo en la mano?" Ella duda, se fija en que el desconocido lleva una maleta que ha dejado junto al banco del parque, así que no va a salir corriendo con su tesoro. Además, ¿para qué querría nadie, salvo ella, un camaleón? Con delicadeza, deposita al animalito en la mano del desconocido, que sonríe inmediatamente a Bebe, y ella, al ver el cuidado y el interés del joven, baja la guardia momentáneamente.

domingo, 12 de agosto de 2012

Balikhum Blue: La ducha Vichy (II)

Extracto de mi diario: 
La masajista se coloca fuera del alcance de mi vista, detrás de mí, y comienza a masajearme suavemente con las yemas de sus dedos el cuero cabelludo y se concentra en mis sienes. Mi boca se entreabre al rebajarse la tensión de los músculos de mi cara, pero enseguida la obligo a cerrarse cuando el agua inunda mis labios y se introduce subrepticiamente en ella. Ahora el masaje se concentra en mi cuello. Todos los músculos de mi cuerpo comienzan a distenderse y mi concentración se divide entre el deseo de relajarme y el de evitar el ahogamiento por el agua pulverizada. Después pasa a trabajar, siempre desde detrás, los músculos de los hombros. Qué serenidad, qué sensación de paz. Ya no siento vergüenza por mi desnudez. Además la luz es muy tenue y en cualquier caso el agua pulverizada difumina la escena y dificulta la visión. Sin cambiar la masajista su posición tras mi cabeza, noto cómo las yemas de sus dedos inician una ofensiva sorpresiva pero sutil bajando por mis pectorales. Comienza a dibujar un gran corazón con sus pulgares bajando por mi canalillo y volviendo a subir rodeando mis senos hasta su nacimiento. Contengo el aire para que no se escape en un suspiro delator, mientras noto como desliza sus dedos suavemente sobre mis pechos, trazando círculos cada vez más cerrados en torno a mis pezones, que sin duda ahora han cobrado consistencia incluso sin estímulo directo. El dorso de su mano los roza levemente al separar sus manos de mi piel para aprovisionarse de aceite, y noto que estoy hipersensible y receptiva al mas mínimo contacto. Mi respiración se vuelve mucho más agitada. Ahora mi mente trabaja en tres frentes. Entre el agua pulverizada que apenas me deja respirar y la tensión que me produce el hecho de que una persona de mi mismo sexo me esté magreando descaradamente, la posibilidad de relajarme se ido al garete y mi mayor preocupación pasa a ser que la posición en la que se encuentra la masajista, detrás de mi cabeza y ligeramente inclinada sobre mí, lo que hace que sus abundantes senos casi asomen fuera del escotado bañador y rocen mi cara de un modo que a mí cada vez me parece menos casual y más provocador. Mi corazón late tan intensamente que es imposible que ella no lo note cuando sin pudor ninguno posa las palmas abiertas de sus manos sobre mis pechos, con delicadeza, pero con firmeza. Tanta que más que un masaje o una caricia parece estar calibrando su tamaño, al tiempo que el contacto de su piel con la mía me transmite su energía templada y me sume en un nivel más profundo de laxitud. Y sorprendentemente, a pesar de que el riesgo de ahogamiento no solo es inminente y se une al de asfixia, mi bloqueo mental es tan intenso que, sin saber cómo, se produce un cortocircuito y la tensión desaparece al momento.

Apenas soy consciente de que me falta el aire y de que me entra agua por la nariz, mientras me someto al delicado magreo de mis pechos y no dejo de percibir la proximidad de los suyos sobre mi cara, hasta el punto de notar el olor a jazmín de su perfume, que me colapsa. Este toque de aromaterapia termina de inundar mis sentidos y me obliga a desistir de cualquier intento de resistencia, me dejo llevar y disfruto de la sensación de no poder controlar mi cuerpo, de no poder mover ni un músculo, ni siquiera me permito intentar que reaccione a ninguna orden, porque mi mente ahora se encuentra en otro nivel de conciencia. Comienzo a respirar cada vez más lentamente y noto que mis latidos se ralentizan. No advierto hasta ese momento que ya no se encuentra detrás de mí y que sus aplicadas manos recorren ahora mi vientre con delicadeza, con una caricia, en torno al pequeño lago que forma el agua en mi ombligo. La alta temperatura del agua y la humedad vaporizada se confunden con el calor que emana de mi cuerpo, focalizado en mi vientre y entre mis muslos, en mi boca y en mis labios, en mis pezones y en la palma de mis manos… me siento arder. Sus manos avanzan posiciones hacia la cara interna de mis muslos y se acercan peligrosamente a mis partes más íntimas. Sudaría si no estuviera ya empapada. Traviesamente rozan mis labios, los mayores al principio y enseguida los menores, una vez, y otra, y otra, incluso dejando que todo su meñique esté en contacto con mi vulva cada vez más hinchada, y no sin cierto pudor siento que la profunda y dulce laxitud de mis miembros es una complaciente invitación a que la laboriosa masajista continúe explorando cada pequeña porción de mi cuerpo. Un cuerpo que ya se ha rendido a la seducción del contacto de sus dedos. Mi relajación es ahora máxima, y aún así tengo que realizar un tremendo esfuerzo para que el éxtasis de placer que empiezo a sentir no se transmita a sus dedos en forma de estremecimiento. En otras circunstancias sentiría el acto reflejo que me impulsaría a apretar mis piernas en torno a la fuente de placer, pero como digo, la desconexión entre mente y cuerpo impedía cualquier tipo de reacción. Aún así, resulta casi doloroso intentar mantener la inmovilidad al tiempo que ansío el siguiente rozamiento accidental.

De repente, lo veo todo claro. No es una masajista. Es una chantajista. Si te mueves, paro. Si no te mueves, sigo. Lo cierto es que aunque quisiera no me puedo mover. También me doy cuenta de que todo el trabajo de relajación anterior está destinado a minar mi voluntad, a cortar la comunicación entre mi cerebro y mis músculos, a anular por completo mis sistemas de alarma y, en definitiva, a provocar mi total indefensión. Cuánta paciencia requiere su estrategia, y sin embargo qué efectiva resulta. Siento ahora que la humedad de mi cuerpo se confunde con la del agua aceitosa entre mis muslos y que ella sigue voluntariosa con su labor de adormecer cada fibra de mi cuerpo y de activar los puntos de placer en mi cerebro a través de las leves descargas que provoca el contacto de su piel con la mía, hipersensible. Cada vez, más roces. Cada vez, más ansiados. Cada vez, más contacto. Y yo, cada vez, más inmóvil. Es casi insoportable, y al mismo tiempo, extremadamente placentero. Hasta que todas mis terminaciones nerviosas se confabulan contra mí y siento como mi piel vibra imperceptiblemente, o eso espero, bajo sus manos.


Como si estuviera planificado al detalle, mi atacante se bate en retirada en ese preciso instante. No sé cuántos minutos transcurren hasta que oigo un susurro sonriente con un musical acento gallego en mi oído diciendo que me puedo levantar y solo entonces advierto que el húmedo zumbido del agua vaporizada ha cesado y que mi cuerpo está cubierto con una toalla. Ni siquiera soy capaz de abrir los ojos, y tardo aún más en conseguir que mis músculos reaccionen para incorporarme. Siento que he dormido durante un buen rato y que todo lo que he sentido ha sido fruto de mi imaginación. Aturdida, mientras me ato el albornoz la miro de refilón mientras ella termina de colocar sus aceites y limpia la camilla. Empiezo a pensar turbada que seguramente he estado soñando cuando mi mirada se cruza con la suya y con su candorosa sonrisa. Sin dejarme tiempo apenas a reaccionar, sin esperar respuesta, me espeta con inusitada candidez, al tiempo que me guiña un ojo: “Espero que te haya gustado. A mí me ha encantado… Si te vas a dar más masajes estos días, pregunta por mí. Si quieres…”

Incapaz de decir nada, aun intentando entender qué ha pasado, mis pies me arrastran fuera de la cabina y me cruzo con mi pareja, que se dirige hacia la sala que acabo de abandonar. “Eeeeeh…, ¿vas a darte aquí el masaje Vichy?” “Sí, ¿estuvo bien?” Tras una fracción de segundo sin saber qué contestar, le sonrío pícaramente. “Pues… ya lo verás… ¡Que lo disfrutes!” Y me alejo a echarme en la habitación, desnuda sobre la cama, para dormitar y aprovechar el estado de relajación y ensoñación en que me encuentro, deseando alargar esa sensación hasta el infinito.

[...]
Supe luego que ni por asomo la experiencia de mi pareja había sido similar a la mía. Ni siquiera se quitó el bañador. Por el contrario, salió diciendo que la chica era de lo más sosa y que estaba convencido de que la próxima vez escogería un hombre para que le diera el masaje con manos más firmes y con más fuerza. Dijo que le había gustado pero que había sido demasiado plácido y suave, y que si no se quedó dormido fue por la incomodidad del agua.

Cuántos balnearios visitamos después, y por las manos de cuántos masajistas profesionales, hombres y mujeres, llegamos a pasar, sin volver a experimentar jamás ese cúmulo de sensaciones…

Tántrico.
El próximo masaje profesional que me dé será, cuanto menos, tántrico.
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[Es continuación de Balikhum Blue: La ducha Vichy (I)]

domingo, 5 de agosto de 2012

Lys Green: Cosas que hacer una mañana de domingo sofocante

Domingo por la mañana...

Las nubes matutinas no dejan escapar el calor pegajoso. Abro todas las ventanas de la casa para que se escape y se atenúe este sofocante bochorno, que concentra el sudor al final de mi espalda, en el canalillo entre mis senos y en la cara interior de mi muslos, hasta que una ligera y juguetona brisa se desliza entre mi piernas y lo convierte una agradable sensación de frescor momentáneo.




Qué pereza... Tengo que cambiar las sábanas... Esta es la habitación más fresca de la casa, y aún así cada pequeña acción aumenta la temperatura de mi cuerpo y amenaza con minar mis fuerzas. Esta noche apenas he dormido, y mi mente brumosa y espesa me incita a echarme un rato más; pero no, no cedas.... El contacto del cubrecolchón se me antoja excesivamente cálido y agobiante. Descansa un rato, siéntate en el fresco suelo y apoya tu espalda en la pared.
No sé si te dije que rebuscando en las viejas cajas del trastero encontré una joya, la vieja Polaroid de mi infancia. He comprado papel y sorprendentemente estoy viendo que aún funciona... Retorno al pasado...






 La pesadez de mis músculos aún dormidos me inunda y cierra mis párpados, qué placidez... Pienso en ti ahora, como pensé en ti anoche y al despertarme. Pienso en cuando transcurran las tres semanas que nos toca pasar separados, sin tocarnos, sin besarnos, sin dormir abrazados, sin sentir tu cuerpo pegado al mío cada vez que me despierto sobresaltada en medio de la noche... lo necesito... Necesito que la calidez de tu piel me recuerde que puedo dormir tranquila, que a tu lado estoy segura y que soy tuya y eres mío.


 Mmmmmm. La calidez de tu cuerpo... El sudor se acumula en las corvas de mis rodillas y pequeñas gotitas discurren ahora hacia la parte interior de mi muslo. Uff, qué calor.... Separo el vestido de mi cuerpo dando pequeños tirones para que la brisa se cuele subrepticiamente a jugar con mis senos, que amenazan con provocar nuevos riachuelillos de gotitas culebreando hasta mi ombligo si no se refrigeran a tiempo...  

Mmmmm, cierro los ojos y recuerdo tus manos, tus labios, tu lengua y la pluma con la que jugaste aquel día sobre mi cuerpo desnudo, tras cubrir mis ojos y atar mis manos y mis pies con pañuelos de seda para hacerme prisionera complaciente de tus agradablemente perversas intenciones. ¿Te dije que desde ese día padezco sin solución de recuperación y de manera crónica el síndrome de Estocolmo?




A pesar del calor, siento un deseo irrefrenable de apretar mis muslos en torno a mis manos mientras mis dedos se deslizan entre mis labios y buscan ese minúsculo botoncito que activa el placer y lo acelera de 0 a 100 en cuestión de segundos, hasta que me salto todos los límites de velocidad. Pensando en ti...


Ahora me siento aún más aletargada, acalorada y sofocada que hace unos minutos, así que decido reposar un poco más y dejarme llevar por mis ensoñaciones... Mmmmmmmm, te echo de menos, te quiero a mi lado, quiero hacer travesuras contigo y jugar y descubrir nuevas sensaciones los dos juntos... Creo que voy a tardar toda la mañana en cambiar las sábanas...

Pienso en ti... Piensa en mí...

sábado, 4 de agosto de 2012

RGB: Contactus interruptus

Este relato no es ni rojo, ni verde, ni azul. Es una mezcla de los tres. Le podría pasar a Balikhum, la aventurera, la exploradora. O a Betty, la deshinibida que se atreve con todo. O a Lys, dispuesta a que sus prejuicios no la dominen y tremendamente envidiosa de la capacidad de Betty para disfrutar del sexo sin más, o de la ingenuidad de BB, que la hace demasiado confiada y extremedamente sociable.

<<A estas alturas de la vida, las cosas se suceden a una velocidad vertiginosa. Hace dos meses no tenía pareja, pero sí un amigo con derecho a roce, un amante ocasional de 28 años y un par de amigos virtuales, potenciales amantes si la vida nos hubiera colocado en los mismos planos espaciotemporales. Es más, apenas sabía lo que era el mundo swinger. En menos de dos meses, mi opinable y reciente promiscuidad ha pasado a la historia por innecesaria, mi ansiedad existencial de llenar un vacío afectivo y mi desbocada apetencia sexual se ha trocado en una dulce sensación de enamoramiento; tengo una pareja y, lo más curioso, nos hemos creado un perfil como pareja en un foro liberal. ¿Y ahora qué?

viernes, 3 de agosto de 2012

Balikhum Blue: La Bella durmiente serie Z (capítulo I)

No puedo evitarlo.

Me resulta fascinante la última secuela de la historia de los espías durmientes rusos que vivían en Estados Unidos y cuyos aparentemente inocentes hijos se enteraron de sopetón de que sus padres tenían una faceta oculta, mucho más novelesca y apasionante sin duda que las anodinas vidas de cualquiera de sus compañeros de clase, ¡dónde va a parar! Ya en su día me atrajo una historia que no desmerecería lo más mínimo en una comparativa con cualquier relato de Ken Follet o John le Carré en lo más álgido de la guerra fría. Quizás es eso lo que trajo a mi mente ideas inquietantes. Ideas como lo inverosímil que puede llegar a ser la realidad o cómo se habrían readaptado las intrincadas redes del espionaje de entonces a los escenarios actuales. Porque tanto esfuerzo hay que amortizarlo. Y al final es inevitable que brote la paranoica sospecha de que cualquiera pueda ser un durmiente, al acecho de cualquier incauto que tenga un secreto que ocultar, unos contactos que salvaguardar o la llave que lleve a una información que pueda interesar a un tercero. Asimismo, el abanico de "inductores" se amplía y abarca desde caducos estados totalitarios hasta empresas tecnológicas, pasando por magnates del narcotráfico, estadistas de perfil alto y largos tentáculos, poderosos lobbies monopolistas y, puestos a desvariar, hasta asociaciones judeo masónicas. Pero con todo, resultarán siempre menos atractivos que los glamurosos espías a pie de calle, es la ley del populacho. Lo cual es altamente conveniente para los mandamases, porque el foco de atención pasa a los peones en cuyo sueldo va el ser cabeza de turco. Como es normal, alguno saldrá rana, pero es lo raro.