miércoles, 15 de agosto de 2012

Balikhum Blue: El colombiano y el atrapamariposas

[continuación de Perfil: Balikhum Blue]

"¿Eso es un camaleón?"

Bebe se incorpora bruscamente y su mirada se cruza con la profundidad de unos ojos del color del azabache.
"Perdona, no quería asustarte...", le dice un joven atractivo, de piel morena y cabello ralo y oscuro. Mantiene la distancia, sonríe abiertamente y hace un gesto mostrando las palmas de las manos, como queriendo significar que no tiene nada que ocultar y no es ninguna amenaza. Bebe le mira desconcertada unos segundos y sin dejar de mirarle se pone en cuclillas junto al camaleón, que se encamina hacia el árbol más cercano ajeno a todo. "Sí" "Nunca había visto uno de cerca, ¿de dónde lo has sacado?" "De Marruecos" "¿Puedo tocarlo?" Y sin esperar respuesta, avanza lentamente hacia ella para tocar el camaleón, que empieza a subir por el brazo de Bebe hasta su hombro, de donde ella lo vuelve a bajar en previsión de que se enrede en su larga melena trigueña. "¿Puedo tenerlo en la mano?" Ella duda, se fija en que el desconocido lleva una maleta que ha dejado junto al banco del parque, así que no va a salir corriendo con su tesoro. Además, ¿para qué querría nadie, salvo ella, un camaleón? Con delicadeza, deposita al animalito en la mano del desconocido, que sonríe inmediatamente a Bebe, y ella, al ver el cuidado y el interés del joven, baja la guardia momentáneamente.

"¿Cómo se llama? ¿Qué come? Qué tacto tan frío... Qué lindo..." Curiosa expresión, decir qué lindo a un camaleón...

"Se llama Cuscús, y come moscas, de momento. Se me da muy bien atraparlas, hay muchas en las barandillas metálicas y las atrapo de frente cuando echan a volar al ver que acerco mi mano. Las meto en esta bolsa de plástico, ¿ves? Pero tienen que estar vivas, si no, no las come..." Bebe se perdería hablando de moscas y camaleones, y no se da cuenta de que ha bajado todas las barreras.
Al cabo de un rato, Bebe, el desconocido y el camaleón, ya en su cesta, se desplazan hacia la sombra de un árbol cercano.
"Qué calor, debe de haber por lo menos 40 grados. ¿Eres de aquí, de Madrid?" "No, soy gallega. ¿Y tú?" "Soy colombiano, me llamo Winston" Ella se muestra ya más confiada, piensa que no hay nada de malo en decirle su nombre mientras no le dé muchos más datos. "Oye, tengo que hacer tiempo, y tú querrás comer algo. Si quieres te invito" Bebe desconfía de repente. "No, no te preocupes, pensaba comer un bocadillo, además no tengo dinero." "No te preocupes por eso, anda, acompáñame y así charlamos, mira, en esa terraza mismo podemos comer." Ella acepta, así que cogen sus bártulos de viajeros y se sientan a la sombra de la terraza a comer unas raciones y un refresco. Ella le explica que esa noche tiene que coger un tren para su tierra, Galicia, y que también está haciendo tiempo. Él, con toda la naturalidad, le explica que a un amigo, o a su hermano, no le quedó muy claro, lo han detenido por un delito "contra la salud pública" y que está en la cárcel, y él viene a visitarlo. Hasta ese momento, ella se había dejado engatusar por un joven que en ese momento le parecía un hombre mucho mayor que ella, pero que en realidad apenas llegaría a los treinta. A ella, que hasta entonces había vivido en una burbuja, con una educación más o menos tradicional y en un colegio de monjas solo para niñas, el contacto con los chicos le resultaba más que difícil, siempre a la defensiva, siempre con prevención. Pero si a eso le sumas los conceptos drogas y cárcel, se disparan todas las alertas. Intentó poner cara de póquer, pero la naturalidad con la que él le explicó la situación la terminó de desmontar por completo. "Pues fíjate que al pobre chico, que era un incauto, que necesitaba el dinero para ayudar a su familia, le convencieron para que trajera un paquetito y al final ellos mismos debieron de dar el chivatazo para distraer a la policía del verdadero alijo, y ahora este pobrecillo está aquí vendido y no tiene a nadie, en menudo lío se ha metido, por tonto..." Bebe estaba tan alucinada y absorta escuchándole, boquiabierta literalmente, que el joven no pudo por menos que echar a reír. "Me imagino que esto para ti es nuevo..."

"Pues sí, para que nos vamos a engañar, a mis amigos no suelen meterlos en la cárcel ni yo suelo ir a visitarlos", piensa Bebe. El tema de la droga ya es harina de otro costal. Aunque ella nunca la probó ni la probaría en el futuro, en su tierra natal ya había visto con sus propios ojos cómo el chico del que se enamoraba platónicamente cada verano, algo mayor que ella, terminaba en un centro de desintoxicación y cómo algunos de sus paisanos ponían a disposición de los nuevos cárteles de narcotraficantes los entramados y las infraestructuras dedicadas, no mucho ha, al contrabando de tabaco americano. Recuerda haber ido con su pandilla, con doce o trece años, a sentarse a la playa a medianoche, hora en que la iluminación de la carretera aledaña se atenuaba, a ver las lanchas que cargaban y descargaban grandes fardos se supone que de tabaco y se supone también que con cierta complacencia por parte de las autoridades locales, que miraban para otro lado, sobre todo si sacaban tajada. Aún así, de vez en cuando regalaban a su espontánea audiencia una espectacular persecución en la que las rápidas lanchas de la Guardia civil, que lo eran solo porque previamente las habían confiscado en alguna operación contra los propios narcotraficantes, acosaban a los aún más veloces fuerabordas de los delincuentes, siempre por delante en todo. Pero ya el año anterior, el día que uno de sus compañeros de Cangas de Morrazo no apareció el lunes siguiente en la clase de Arte, se enteró de que era uno de los detenidos en la operacion Nécora. Sería un error o quizás no, pero en cualquier caso solo se trataba de un triste pececillo en una red para pescar tiburones. Solo que los tiburones no se pescan con red... Vaya, resulta que ella no tendría que escandalizarse ni prejuzgar, puesto que sí, también en su entorno más cercano había algún detenido, y también por un delito de "salud pública". Años más tarde, su hermano se libraría, por estar en su día de descanso, de ver cómo a su jefe, el dueño del bar en el que trabajaba el uno y blanqueaba dinero el otro, un sicario anónimo le descerrajaba en la cabeza un par de tiros delante de su otro empleado en una de las ya habituales vendettas entre los nuevos capos de la mafia gallega.

Los ojos azabache tenían ahora cierta sombra de tristeza, de dolor sincero por la suerte del amigo, o del hermano, que al final es lo mismo. Bebe le agradeció la comida y, tras charlar un rato más, se levantó y le dijo que debería ir yendo ya hacia la Estación del Norte, que aún tenía que pasar por la taquilla y que prefería ir con tiempo. Él le ofreció sin posibilidad de réplica acompañarla hasta la salida del tren para que no estuviera sola. "No, no te preocupes, viajo sola desde que tengo quince años, no necesito que me acompañes, de verdad." Y necesito disfrutar de mis últimas horas de paseo por Madrid... " No, de eso nada, en mi país no se deja a una señorita sola, no sería un caballero si lo permitiera." Bebe se empezó a agobiar porque ella se sentía dueña de su espacio y de su tiempo, de su silencio y de su soledad, que tanto disfrutaba, y sentía que ya había cedido demasiado de todo ello a un desconocido, por muy amable que fuera. Pero ahora se sentía invadida, ni siquiera halagada ni tentada por la belleza y la amabilidad del joven. Ella era incapaz de ver eso, al contrario de lo que él debía imaginarse, no veía en absoluto a un joven atractivo y galante, sino a una pesona extraña y ajena a su solitario y rico mundo interior, que traspasaba algunos de los límites que ella misma se había autoimpuesto por norma, especialmente desde que había empezado a viajar sola. Aún entonces, los chicos y el sexo para ella no tenían cabida en ese mundo forjado a base de horas y horas de lectura en su cuarto, de dedicación a aficiones que no tenía con quién compartir, como el cine en versión original o el footing, de viajes atravesando toda España para aprovechar los 15000 kms que todos los años tenía a su disposición gracias a los kilométricos gratuitos de su familia, empleados de la compañía nacional de ferrocarriles, y que ellos no disfrutaban, para ir a ver a su abuela o a conocidos de los campamentos de verano que residían en la otra punta del país. Cuanto más lejos, mejor.

Ya prisionera y atrapada en la tela de araña que tan sutilmente habían tejido a su alrededor, suspiró y se resignó a pasar las siguientes cuatro horas, que se le hicieron eternas, dejándose acompañar por un desconocido que, aunque agradable en las formas, la incomodaba por la apropiación indebida de su tiempo en beneficio propio. El culmen del tira y afloja, gracias al cual Bebe averiguó hasta donde era capaz de llegar con sus cuasi infinitas paciencia y tolerancia, fue cuando justo antes de subirse al tren, él le pidió que intercambiaran sus datos (no recuerdo qué hizo ella) y con una de esas profundas y lastimeras miradas que ella en tan poco tiempo ya había aprendido a reconocer como la más pura esencia del histrionismo y la teatralidad, él le dice lo mucho que le ha impactado conocerla, que es la única amiga que ahora tiene en España y que siempre se llevará este recuerdo de ella consigo. Y que sería muy lindo (otra vez esta palabra que le choca) si lo sellara con un beso. al tiempo que literalmente aferraba sus manos y tiraba de ella para acercar sus labios a los de ella. Bebe, zafándose con un acto reflejo y con los ojos abiertos como platos y con una extraña mezcla de sensaciones, entre el escéptico "hasta aquí podíamos llegar" y el ingenuo "cómo he podido hacer concebir al pobre chico ilusiones al respecto", le espetó un mojigato y compasivo "vaya, no puedo, tengo novio y el tren va a salir ya, me voy corriendo, adiós", entre aliviada y turbada, mientras le daba un casto beso en la mejilla y se alejaba corriendo para subirse a su vagón.


Aunque en ese momento Bebe se había zafado de la pequeña red atrapamariposas, no pasaría mucho tiempo antes de que descubriera que hay redes mucho más peligrosas y de las que es muy difícil escapar.

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