viernes, 21 de diciembre de 2012

Lys Green: De manicomio

Es curioso que un amigo intente saber de tu vida a través de lo que escribes en un blog, que es en buena parte ficción, intentando discernir qué es cierto y qué fantasía. A pesar de la tremenda laguna temporal en nuestra amistad, conoce los entresijos de mi mente como si no hubiera hecho otra cosa en los últimos veinte años que estudiarla. Es capaz de leer entre líneas, prever mis movimientos, intuir mi juego y trasladarlo todo a su propio análisis de mi estado de ánimo. De vez en cuando recibo un mensaje suyo que me obliga a pararme y reflexionar. Es su forma de ayudarme. No critica ni juzga mis acciones. Solo me obliga a reflexionar.
En una ocasión, ante el cariz que comenzaba a tomar el tono de mis posts, la sola sospecha de mi decaimiento fue suficiente para que cogiera el coche y se plantara en Madrid. Solo quería comprobar con sus propios ojos que estaba bien y prestarme su ayuda si no lo estaba, con el afecto que solo un viejo amigo del alma o un hermano de sangre te puede dar. Me recogió en el trabajo para desayunar y, a la salida, volvió para que comiéramos juntos y nos pudiéramos explayar y charlar tranquilamente, sin mirar el reloj. Tan lejos en tantas cosas... y tan cerca en el aún tierno corazón de nuestra amistad.
Una vez, hace 20 años, fue testigo de mi dolor y se sintió inhábil para actuar. Demasiados kilómetros entre nosotros, demasiados pasos en la dirección incorrecta, demasiado tarde para corregir los errores, demasiadas decisiones equivocadas... Espectador impotente de la torpe partida de ajedrez que con la temeridad propia de la juventud jugué con nuestro mejor amigo común, llegó a plantearse si no debería ser él el que se sentara a jugar frente a mí. Se quedó mudo, obervando mis movimientos abocados a la derrota sin remisión pero sin ser capaz, como yo misma no lo fui, de prever el resultado final. Demasiado tarde para volver atrás y mover el peón de salida al escaque correcto. Más aún para cambiar de jugadores. Una sucesión de jugadas irreflexivas fue suficiente para desencadenar el desastre en el que luego se convirtió mi vida, al abocarme a los brazos de la persona que luego consiguió maniatar mi voluntad. O no. Quién lo sabe. Llamémoslo efecto mariposa. O predestinación. Atado de manos él también por la lógica de nuestros caminos divergentes, creo que ahora lo que intenta es estudiar las jugadas y prever los movimientos sobre el tablero por adelantado, para evitar que vuelva a cometer el mismo error.

Decía que, ocasionalmente, desde ese mar de afecto mutuo que nos une, recibo algún mensaje suyo en una botella electrónica.

"Tengo dos cosas que decirte.

Una.
[...] Hace poco, un amigo común (llámalo Yeter) estuvo un buen rato hablando conmigo.
Nos contamos muchas cosas. Al final, cuando supo todo lo que me preocupaba, me dijo con su habitual tranquilidad:
"Vale, ¡pero no tienes que preocuparte por nada!"
Cuando le pregunté el motivo, me dijo:
 "A los ángeles al final no les pasa nada malo; a ti no te pasará nada, no tienes que preocuparte, siempre has sido un ángel."

Hoy he leído tu último post, y he leído la conversación que mantenían dos ángeles, y he sabido que todo os irá bien. Ya lo sabía antes y te lo dije, ahora estoy plenamente convencido.
Eres increíble.

Y dos.
¿A esa mujer increíble, que hablaba con su hija, la quieres meter en un manicomio? Creo que eres tú la que está loca de atar."

Curiosamente,  alguien que no me conoce en persona, y solo desde hace muy poco en las redes, también mencionó la palabra manicomio. "Ten cuidado con lo que publicas en el blog, pueden usarlo contra ti. Por ejemplo, eso del manicomio..." "¿Manicomio? ¡Nooo! Espera, no irás a creer que todo lo publicado es fiel reflejo de mis vivencias..." "No..., pero, ¿sabes que si un terapeuta leyera esto te sacaría varios trastornos? Solo me quedo tranquila porque después de las horas que llevamos hablando me doy cuenta de que estás bien... Pero tienes que estar centrada para el juicio o, ahora que has perdido el trabajo, podría intentar quitarte a los niños." "Soy consciente, pero no olvides que esta es mi terapia, el blog... Y es casi lo único que me ha ayudado a salir del pozo en que me encontraba. Esos trastornos quizás estén ahí rondando, en forma de complejos, inseguridades, dependencia o múltiples personalidades, aunque sea en un juego literario... Quizás estén ahí para exorcizarlos, o simplemente para recordarme que tengo que vencerlos. Si es que están..."

Dos veces en tan pocos días...
¿Estaré loca de verdad? Me llegó a preocupar al punto de que se lo pregunté a mi doctora.
"Elena, ¿no estaré perdiendo el norte? Hasta he llegado a pensar si soy bipolar..."
"No digas tonterías, no sabes de lo que hablas, ojalá todos mis pacientes estuvieran tan centrados como lo estás tú, habiendo pasado la mitad de cosas que has pasado tú..."

Pues si le soy sincera, no sé si eso me tranquiliza. Porque "centrada" es la otra palabra que yo no usaría para describir mi estado actual, precisamente... Y yo soy la que tengo que vivir conmigo día a día. Sé de lo que hablo. Me siento fuerte. Pero es cierto que la psicóloga del observatorio regional de violencia de género me dijo que tendía a minimizar las cosas. Cuando me releyó lo que yo le había contado un par de años antes, al poco de que por fin diera el paso y me pusiera en contacto con ellas, no me lo podía creer. Ni siquiera lo recordaba.

"Es un mecanismo de defensa de nuestra mente."

Pero no se está loco por desarrollar mecanismos de defensa, ¿no?

En cualquier caso, a ambos, a mi viejo amigo y a mi desconocida amiga, les contesté lo mismo:

"¿Manicomio? Tranquilo. Tranquila. No adelantes acontecimientos..."

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