jueves, 8 de noviembre de 2012

Betty Red: La oscura pasión de la noche de Samaín (IV)


Reina el caos en la bruma. El amanecer está próximo y las almas errantes se sienten perecer entre los dos mundos. Ansiosas y desquiciadas, se dejan arrastrar por pasiones otrora humanas o se sumergen en la desesperación ante la inminencia de su ocaso. Sus cuerpos perecederos y volátiles se confunden con los de este mundo mundano y mortal, y de la confusión emanan desgarradores gritos, guturales gemidos y desesperados lamentos.

"¡Policía! ¡¡¡¡Policía!!!!"


"¿Has oído eso? Me ha parecido que esos chicos de la esquina gritaban «policía»..."
"No sé, no tengo ánimo ni para mirar, aún tengo el susto en el cuerpo... ¡Si hasta confundí el llavero que llevaba el camarero en la mano con un cuchillo!"
Agotados, incapaces de encontrar una explicación racional y cabal que reparara los estragos en sus nervios, Betty y su acompañante atravesaban la niebla, empapados sus cabellos y sus ropas por la llovizna. Ateridos de frío, ya casi habían llegado a sus coches cuando se percataron de que al final de la calle había varias personas en ambas aceras, más o menos dispersas pero visiblemente tensos, y pendientes unos de otros.

"A ver si están atracando un cajero o algo así, parecen estar vigilando algo..."
"Son las seis de la mañana, nos estamos empapando, tengo los nervios hechos fosfatina... Sinceramente, por mí pueden atracar ese cajero y cuarenta más; lo que quiero es irme de aquí cuanto antes."

Tras despedirse, Betty subió a su coche. Encendió el móvil para conectar el navegador y vio que tenía varios mensajes. Ya los miraría más tarde. Encaró el coche en dirección contraria a como estaba aparcado y, justo en el momento en que circulaba lentamente junto a los jóvenes que habían visto antes, llegaron dos coches de policía con las sirenas encendidas y se pararon en medio de la calle. Se detuvo, sintiéndose curiosamente tranquila en medio del preocupante desorden del exterior, intentando decidir si le convenía esperar a que le  franquearan el paso o si giraba el coche de nuevo para ir calle abajo y buscar otra salida. Mientras, intentó adivinar qué estaría pasando. El espesor de la niebla le impedía ver con nitidez lo que sucedía en la otra acera, donde parecía que los agentes estaban hablando con alguien que se protegía de la lluvia con un paraguas. Uno de ellos volvió al coche, cogió una manta térmica y regresó al poco cogiendo por la cintura y del brazo a una joven, envuelta en la manta, que lucía un pelo completamente empapado y ensortijado. La joven se sentó en el asiento trasero del coche de policía y mientras esperaba a que este abriera la botella de agua que le ofreció, levantó la vista. Sus ojos se clavaron en Betty y, a pesar de la distancia, esta pudo verla perfectamente. Parecía demacrada, como si no hubiera comido en semanas, tal era su delgadez. Su piel era extremadamente blanca, pero lo más impresionante eran sus ojos enrojecidos y hundidos, enmarcados en lo que debía de ser la máscara de pestañas que se había corrido con la lluvia, dejando llamativos surcos negruzcos sobre sus mejillas, resaltados por la lividez de su rostro. Sus labios amoratados y las marcas rojas de su cuello hicieron estremecerse a Betty. Sintió lástima por ella y se preguntó qué le habría pasado, quién habría podido hacerle eso, y por qué se encontraba en ese estado tan lastimoso.

Unos golpes en el cristal la sobresaltaron. El policía le hizo un gesto de que aparcara a un lado. Esperó pacientemente mientras hablaban con varias personas en la calle tomando notas, y pensó que sería por si necesitaban algún testigo. Pero ella no había visto nada... Mientras esperaba a que le indicaran qué hacer, cogió el móvil y echo un vistazo a los mensajes.
"¿Cómooooo?"
Uno de sus amigos del foro, con el que había estado chateando bastante últimamente, le había escrito una ristra de mensajes.

"Betty, aquí estoy, en la puerta del local, pero parece cerrado."
"¿Dónde estás, Betty?"
"Esperaré un rato aquí."
"Acaba de entrar una pareja, les han abierto la puerta y al momento han cerrado, a mí ni mi contestan al telefonillo."
"Qué gente más extraña viene aquí, ¿no? Ha entrado otra pareja, muy guapos, pero algo siniestros..."
"¿Estás ahí, Betty?"
"Me voy, estoy helado, esperaré despierto. Llámame."

Y así hasta 20 mensajes...
¡Aún estaba en línea!
Betty no tuvo paciencia para ponerse a enviar mensajes y le llamó directamente:

"¡No me lo puedo creer!"
"¿Que no me dejaran entrar? Te lo juro: no me abrieron, ni siquiera contestaron al telefonillo..."
"¡No me refiero a eso! Claro que no pudiste entrar, si hubieras visto la página web habrías visto que es noche de parejas solas. Quiero decir que no me puedo creer que hayas venido hasta aquí y en plena noche, sin haber quedado ni nada."
"Solo quería conocerte... Además no es cierto que solo entraran parejas, cuando me iba me crucé con un hombre que iba solo, uno extraño, con pinta de ejecutivo agresivo, gafas de sol en plena noche, y debió de entrar porque cuando me giré para fijarme mejor, ya no estaba ni en la calle ni en la entrada... ¡Y a mí ni me contestaron!
"¡Me da igual quién entrara y quién no! ¿Por qué has venido aquí? Te dije que estaba acompañada..."
"Perdón, fue un impulso..."
"¡Me habrías asustado! No quedo con desconocidos...Y no sabes con quién estoy, podías haberme puesto en un compromiso."
"Tienes razón, lo siento, no volverá a pasar"

Betty se ablandó...
En realidad no estaba enfadada, solo era el ímpetu de la juventud.
Eso ella lo conocía muy bien, a través de Bebe.

"Además, ¿cómo pensabas identificarme? Casualmente no había gente, pero un día normal, lleno de parejas, ¿habrias ido tocando en el hombro de todas las chicas acompañadas en plan 'Perdona que te interrumpa, ¿te llamas Betty?'"
"Ya, no seas mala, no te cebes conmigo, lo sé..."
" Ja, ja, ja, hubiera estado gracioso... Bueno, tranquilo, en realidad yo también soy impulsiva, pero no si voy a meter en líos a la otra persona. Olvídalo. No vuelvas a hacer algo así, por favor."

Siguió hablando con él un rato; le reconfortaba y le hacía sentir acompañada mientras esperaba a que algún policía le dijera qué hacer. Enseguida se acercó un agente, y bajó la ventanilla. "Disculpe, señorita, ya puede continuar. Ahora muevo el coche para que pueda pasar." Al alejarse, cruzó una mirada con un hombre de gabardina oscura y pelo engominado que la observaba desde el otro lado de la calle. En realidad, lo que le delató fue el movimiento de su cabeza al pasar con su coche junto a él. Porque cruzar la mirada es mucho decir, ya que le fue imposible ver sus ojos a través de las oscuras gafas de sol que llevaba en plena noche cerrada. Cuando más tarde Betty se lo contó a Lys, esta no pudo eludir la inquietante asociación con el malvado de Matrix.

Al cabo de diez minutos, ya estaba en la autovía. La tensión había ido disminuyendo y sus músculos y su cerebro comenzaron a relajarse. Qué mala suerte llevar un faro roto, menos mal que no le dijeron nada. Lo malo es que por alguna razón el alumbrado público no funcionaba en ese tramo y la visibilidad era muy escasa. La espesa niebla le recordó la canción que tantas veces oyó cantar a Lys en la orilla del lago, y comenzó a tararearla:

Nesta noite escura e bretemosa
na que vai camiñando o noso esprito...
<En esta noche oscura y brumosa
en la que va caminando nuestro espíritu...>



"¡Nooooooo!"



Gritó y frenó en seco, dando un volantazo tan brusco que el coche hizo un trompo. Por culpa de la lluvia y del desplazamiento de la pesada estufa de hierro fundido que Lys tenía en el maletero desde hacía tres días, y que ahí seguiría hasta que encontrara ayuda para descargarla, el coche aún se desplazó un buen número de metros antes de detenerse. Sus ojos aterrorizados aún conservaban en la retina la imagen de los dos jóvenes que parecían estar peleándose bajo la lluvia en el carril central de la autovía, como un holograma proyectado en la niebla. Al principio le parecieron dos borrachos, pero ahora que su cerebro había tenido tiempo de procesar la imagen, estaba segura de que lo que había visto era una joven que casi se echó encima del coche estirando el brazo hacia ella mientras un hombre la agarraba desde atrás. A pesar de la lluvia y del frío nocturno, no llevaba abrigo, y enseñaba un hombro bajo su vestido desgarrado.

El cansancio y el aturdimiento no obnubilaron su razón, así que tomó decisiones rápidamente al tiempo que intentaba localizar a los jóvenes; sin embargo, la niebla, la oscuridad y la distancia los habían engullido sin remisión. Aún así, no le cabía duda de que seguían suponiendo un peligro porque, al igual que se infiere la existencia de los planetas extrasolares por su efecto sobre cuerpos mayores más fáciles de observar, la peligrosa presencia de aquellos jóvenes quedaba positivamente demostrada por los bruscos cambios de trayectoria de los faros que se aproximaban a Betty, por los chirridos de los frenos, por los bocinazos y, sobre todo, por las expresiones asustadas de los conductores que, aún impresionados, continuaban sin detenerse para evitar un peligro mayor, tras haber ralentizado significativamente la velocidad de sus vechículos. Betty se debatía entre la prudencia, que la impelía a alejarse de ese lugar para no convertirse en una potencial víctima colateral, y el deseo de socorrer y ayudar a aquella joven cuyos ojos aún se clavaban en ella. Aquellos ojos... tenía la sensación de haberlos visto antes... Y no solo los suyos, sino también los de su agresor, si es que lo era realmente. ¿Dónde los había visto antes? Porque lo que es seguro es que no la conocía de nada...

En cualquier caso, su razón decidió que lo más apropiado era continuar, sobre todo para identificar el punto kilométrico exacto y marcar raudamente el número de emergencias en su móvil para proporcionar a la policía los datos más precisos que pudiera. Mientras marcaba, miró la hora: las siete de la mañana ya... Parecía que aquella inacabable noche había sido particularmente ajetreada para la policía. Lo mismo que para ella.



Y por una vez, su razón coincidió con el dictado de su instinto.

Un instinto que le gritaba que su aliada, la bruma, no la protegería indefinidamente; le gritaba también que se alejara de allí, que el peligro la acechaba, como la acechaba la sombra que inadvertidamente la había estado observando toda la noche. La sombra que esperaba con maquiavélica paciencia su oportunidad para satisfacer su hambre. Su creciente angustia existencial, la saudade que le encogía el pecho y petrificaba sus pulmones, la alentaba a resguardarse de la insidia de las tinieblas y de la amenaza del levante. El peligro no se encontraba en la carrretera, no estaba en la perfidia de las sombras que la vigilaban, ni siquiera en los hambrientos seres del inframundo, rabiosos en sus últimos estertores antes de desaparecer con el amanecer. La angustia de los errantes cuerpos sin alma nunca entrañaría un peligro mayor que el que ella misma albergaba en su ser, ese sobre el que se cernía la maldición de Lusignac.

Corre, Betty, corre...

Resguárdate del amanecer.

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