martes, 27 de noviembre de 2012

Lys Green: La vida en blanco

"Vienes mucho por aquí últimamente, ¿no?"

No era una pregunta, era una afirmación.

En ese momento me hizo gracia, y el comentario dio pie a una amena charla con los camareros. Eran cerca de las tres de la mañana de un día entre semana, y el local estaba casi vacío. Mi acompañante se había tenido que ir precipitadamente porque al encender el móvil se encontró con un montón de llamadas y mensajes de su familia, que debía de haberse pasado toda la noche buscándolo. Sonreí al pensar que era la primera vez que salía sola del local, y sin embargo me sentía lo bastante cómoda allí como para no salir intentando pasar desapercibida. Hasta me permití parar en la barra a pedir un vaso de agua y charlar un rato con los camareros... Solo durante una fracción de segundo me sentí algo rara, sobre todo porque había entrado acompañada y parecería raro que saliera sola.



Tenía sed, mucha sed. La camarera me sirvió el agua acompañada de una sonrisa cansada y una mirada de reconocimiento. Seguro que me ruboricé al contestarle...

"Pues lo cierto es que sí... este último mes he venido mucho, porque he tenido la posibilidad y quería aprovecharla. Pero ya se me acabó el chollo, a partir de ahora vendré de Pascuas a Ramos." No había necesidad de darles más explicaciones. Al menos a ellos, pero supongo que era yo la que necesitaba oírlas...

¿Era así? ¿Necesitaba justificar por qué había estado aprovechando cada oportunidad que había tenido durante esas últimas semanas para ir al local? Lo cierto es que yo misma había llegado a preocuparme por ello. Había pasado de ser una ocasional evasión a convertirse en refugio habitual. Y sí, necesitaba un reducto secreto, un oasis en el que saciar mi sed tras atravesar el árido desierto en el que se había convertido mi vida últimamente. Un lugar en el que desintoxicarme de las sobredosis de hiperrealidad que, en otra época, me habrían colocado al borde del abismo una y otra vez.
Allí no solo puedo evadirme o ser otra persona sin que me juzguen.
Allí, el contador de mi vida se puso a cero y empezó a contar de nuevo.





Siempre me ha fascinado la típica frase de hipnotizador "pon la mente en blanco". A mí eso me resulta un imposible. Además, el color que asociaría al vacío, a no pensar en nada, en mi caso desde luego no sería el blanco, sino el negro que precede a los sueños, y lo contradictorio es que, en ese umbral ausente de luz entre la realidad y la ensoñación, mi mente incansable nunca está vacía. ¿Cómo podría nadie dejar la mente en blanco? Supongo que esa es la sensación que busco al entrar en el local. Solo en él consigo dejar la mente en suspenso, el dolor enclaustrado, el corazón en reposo y el estómago ligero para que las mariposas aleteen a su antojo. Para mí, como para otro lo es el cañón de un río entre las montañas o un paseo por la playa al anochecer, este es el único lugar donde me permito dejar la vida en blanco. Donde volver al momento aquel en que dejé de ser feliz y retomar con renovada energía mis ansias de explorar y descubrir. Si no en el mundo exterior, sí en el interior.

Aquí, no solo descubrí un inexplorado universo propio, sino que pude atisbar el que se escapa por las rendijas de las pasiones de otros. Si antes sentía pudor de acercarme a ello, ahora siento curiosidad. Si antes me vencían los prejuicios, ahora vuelo aligerada de ese lastre. Más allá de la vida superficial en la que chapoteaba, ahora me permito sumergirme en la profundidad de los sentimientos y de los sentidos. He aprendido a moverme libremente entre dos aguas, y tu presencia es el faro que evitará que me acerque a las fosas abisales.

No temas, la fascinación no me hará olvidar salir a respirar el aire que tú respiras ni me convertiré en sirena...

De nada me serviría descubrir esos tesoros sumergidos si no pudiera salir a disfrutarlos y compartirlos contigo... O tenderte una mano para que los exploremos juntos, si así lo deseas.

Toma mi mano, y sumérgete conmigo...

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