domingo, 16 de septiembre de 2012

Petits Fours: El atentado

Marco se levantó esa mañana al amanecer y se puso a desayunar junto a la ventana de la cocina, desde la que se veían los campos llenos de viñedos cargados de uva lista para la vendimia. Abrió la ventana y respiró el aire puro de la montaña. No pudo evitar recordar aquellos otros amaneceres impregnados del olor del mar, apenas un año antes, cerca de Sant'Alfio. No entendía cómo había podido tener tan poco entendimiento y tal falta de sensatez como para embarcarse en algo como aquello sin haberlo consultado siquiera con su familia. Era demasiado lo que se jugaban él y sus compañeros, pero tenían la temeridad propia de la juventud. De eso se aprovecharon.

Catania, principios de los 90

"Mamá, espera, que me he mojado todo y me tengo que cambiar..." "¡Date prisa, que ya deberíamos estar saliendo!".
Los escoltas cruzan una mirada inquieta y miran el reloj. Es preciso organizarse y cuidar cada movimiento a la hora de proteger a la familia del magistrado. No es problema de ellos que los niños lleguen tarde al colegio, pero cualquier alteración en su planificación les provoca inquietud. Por el contrario, están convencidos de que si el juez sigue vivo es gracias a sus continuos cambios de horario, a su falta de rutina, a no haber establecido ninguna ruta definida, a mantenerse alejado en la medida de lo posible de todo lo que tenga que ver con la mafia. En definitiva, a no meterse en líos. Y ellos dan gracias de que sea así.

Son jóvenes e inexpertos. Paolo apenas tiene dieciocho años, y Marco cumple los veintiuno ese año. La formación especializada que han recibido como parte de un grupo especialmente seleccionado en el cuartel en el que realizaban el servicio militar ha sido intensa pero no les dota de la madurez de la edad ni de experiencia. Forman parte de un proyecto no oficial y secreto, por no decir alegal, de protección a magistrados italianos de Palermo y de la provincia de Catania, hasta donde ellos saben. Es probable que lo mismo se haya puesto en práctica en otras provincias, pero lo desconocen. El secretismo es máximo, y el grupo de elegidos muy reducido. Con ello se pretende evitar la posibilidad de que los largos tentáculos de la Cosa Nostra se sirvan de las corruptas autoridades, de los carabinieri e incluso de los cuerpos especiales y los agentes secretos para llegar hasta los jueces que no se avienen a sus contundentes amenazas o que de alguna forma pueden perjudicarles con sus actuaciones.

Mientras Paolo se acerca a la escalera para ayudar al más pequeño con su mochila, Marco se aleja de la puerta del porche trasero para asomarse a la ventana del salón. Desde ahí comprueba que todo está tranquilo en el exterior. Por su situación la casa parece una fortaleza, cuyo único acceso por tierra es la entrada delantera y la salida del garaje, fuertemente vigiladas. Está situada sobre una pequeña loma rocosa que hace prácticamente imposible el acceso al mar o desde el mar pero que a cambio ofrece unas vistas impresionantes. A Marco le encanta desayunar observando la belleza del amanecer en el mar. Nunca habría imaginado que alguna vez estaría viviendo esta experiencia. Se sentía parte de algo importante para la sociedad convulsa en la que vivía, comprometido y al mismo tiempo especial. Nadie debía saberlo, ni siquiera su familia o su novia estaban al tanto. Les había dicho para explicar su incomunicación que gracias a su formación (tiro, defensa personal, preparación física y psicológica...) y capacidad (les habían realizado pruebas psicológicas, psicotécnicas y físicas de todo tipo) había podido acceder a una actividad especializada como parte de su servicio militar que más adelante le sería útil y le abriría muchas puertas. No era del todo falso. Lo que no les había contado era el tipo de trabajo que realizaba ni el riesgo que conllevaba ni los beneficios asociados. Estos eran suficientemente suculentos como para convencerlo si aún le quedaba alguna duda. Le habían abierto una cuenta que solo él conocía donde ingresaban mes a mes un sueldo que luego le permitiría mejorar sus estudios o realizar sus sueños de viajar al extranjero sin que ello supusiera una carga para su familia. Sabía que cuando esto acabara, si alguna vez se enteraban, se sentirían orgullosos de él.

Cuando regresó al hall, el niño aún no había bajado y Paolo estaba bromeando con el pequeño de la familia mientras su madre aprovechaba para hacer una llamada desde el comedor y avisar al colegio de que llegarían un poco tarde. El juez estaba en su despacho trabajando desde primera hora pero no saldría hasta media mañana, probablemente. Ni siquiera ellos sabían cuándo exactamente. Respiró y volvió a mirar su reloj. Oyó las risas del pequeño con Paolo. Marco sonrió al ver a ese joven corpulento que no había tenido una infancia fácil ni cómoda y que, sin embargo, seguramente se compadecía de que esos niños tuvieran que sacrificar la suya a pesar de parecer unos privilegiados, viviendo en esa casa y teniéndolo aparentemente todo. Realmente le había cogido un gran afecto a su compañero. A fin de cuentas era casi tres años mayor que él y aunque tenía carácter y personalidad no tenía demasiada experiencia en la vida y, durante las largas esperas que implicaba su trabajo de escolta, charlaban mucho y a veces buscaba sus consejos como si de un hermano mayor se tratara. El no poder hablar de su actividad con nadie más que entre ellos había estrechado aún más el vínculo afectivo. Se oían rumores y pasaban cosas, pero a ellos les parecía que podían considerarse afortunados porque en su caso el riesgo era bastante menor que el de los escoltas de magistrados más directamente implicados en la guerra contra la mafia, aunque no llegaran a manifestarse de manera tan pública como lo habían hecho el juez Falcone y su amigo y posteriormente sucesor Borsellino.

"¡Ya estoy!" Todos se giraron hacia la escalera, y justo cuando el mayor de los niños comenzaba a bajar corriendo, se sintió un ruido ensordecedor y un fuerte estremecimiento que hizo temblar hasta los cimientos de la casa. Paolo se lanzó instintivamente sobre el pequeño para tirarlo al suelo y protegerlo con su cuerpo mientras Marco subía las escaleras de tres en tres para proteger al mayor. Los cuadros, jarrones y las vajillas de los aparadores cayeron al suelo con estrépito mientras una lluvia de cristales hechos añicos salía disparada de las ventanas hacia el interior de la casa.

La bomba, que por una casualidad del destino no había causado ninguna víctima, había sido colocada en el coche, en el patio trasero, y la única posibilidad es que hubieran accedido desde el mar, a pesar de las dificultades orográficas, puesto que los sistemas de vigilancia no captaron nada fuera de lo normal en el acceso a la casa desde tierra. La explosión había coincidido con la hora en la que suelen dejar el porche los niños con sus escoltas para acudir al colegio. Porque el juez no tenía rutinas fijas. Pero sus hijos sí.

Apenas un mes más tarde. Marco volvió a su casa, entre aturdido, triste y aliviado, y se encontró en la tesitura de tener que dar explicaciones a su familia sobre lo sucedido. Se arrepentía de haberse dejado utilizar y lavar el cerebro de esa forma tan estúpida. Y por encima de todo se daba cuenta de que no había nada en el mundo que compensara a unos padres por la pérdida de un hijo de esa manera. Lo supo cuando se enteró de que su compañero Paolo se había convertido en la primera y última víctima de este proyecto fruto de unas mentes manipuladoras y perversas. Lo supo también porque en lo primero que pensó fue en el sufrimiento de la familia de Paolo cuando supieran todo lo sucedido. Si es que alguna vez lo llegaron a saber. El proyecto terminó de manera fulminante con la muerte de Paolo y a él le eximieron del cumplimiento de los meses que le restaban de servicio militar y le concedieron varios beneficios de otro tipo, como la exención de permanecer en la reserva. Se le antojaba ahora demasiado poco para el riesgo que habían asumido, y del que solo tomó conciencia el día del atentado. Pero sobre todo, era demasiado poco para compensar a aquella familia.

Su vida había cambiado poco con respecto a antes de cumplir el servicio militar. Completó sus estudios y siguió ayudando a su familia en el negocio familiar durante las vacaciones. Al poco tiempo se produjeron los atentados a Falcone y a Borsellino, en los que también murieron escoltas y allegados, y empezó a darse cuenta de que las noticias estaban plagadas de sucesos incompletos, en los que faltaban la huella que habían dejado esas personas cuya vida se interrumpía abruptamente y las risas que habían despertado en un niño, y que todo se veía de manera muy distinta cuando se ha formado parte de todo ello que cuando parecía que esas cosas solo les pasaban a otros, o cuando se leían en las noticias, sobre todo porque sabía y era capaz de intuir mucho de lo que no se contaba. Impactado, decidió poner miles de kilómetros por medio y alejarse de todo eso. Pero de alguna manera, aquella experiencia le marcaría y le condicionaría el resto de su vida.

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