jueves, 6 de septiembre de 2012

Lys Green: Tratamientos paliativos

“Entonces quedamos esta noche a las diez, ¿vale?”
Había pasado toda esa tarde llorando, muerta de frío, metida en la piscina infantil. El aire era inusualmente frío para un mes de agosto y la piscina grande estaba cerrada por un problema con la depuración de las aguas, así que no había nadie en las instalaciones salvo los socorristas, que charlaban en la otra punta. No podían ver mi cabeza apoyada sobre mis brazos en el borde del pequeño estanque, ni oír mi llanto ahogado, ni percatarse del frío que atenazaba mis músculos hasta resultar casi doloroso. Necesitaba sacar todo eso de mí, la tristeza que siento por no tenerte, por haberte perdido sin saber cómo.  No puedo volver a mi casa; mi madre había venido solícita a ayudarme tres días antes, justo cuando me di cuenta de que ya no contestabas a mis mensajes y de que no dabas señales de vida. Llegué a pensar que habías tenido un accidente de coche, y que a 700 kms de distancia, sin amigos comunes, no me enteraría nunca. Solo ese día recibí un lánguido mensaje tuyo diciendo que estabas mal. Entiendo que necesitas tiempo, que todo ha ido demasiado rápido y que aún no has superado tu propia separación.  Que necesitas pasar tu duelo y que mi realidad te angustia y te sobrepasa. Dices que nada de lo que te pasa es culpa ni problema mío, que eres tú el que tienes que aprender a gestionar tus emociones. Y desapareciste, te fuiste a miles de kilómetros de tu vida y de la mía.

Ayer te envié el relato que escribí para ti, porque sé que nunca lo leerías. Pero no lo recibirás hasta mucho después. Lo programé para darte el tiempo que necesitas. Lo que necesitaba yo era enviártelo y que lo leyeras como una invitación a conservar lo más hermoso de nuestra relación: nuestra amistad y nuestra complicidad. Que sepas que si el amor se ha desvanecido como vino, aunque no el mío, tendré que aceptarlo. Y no por eso voy a abandonarte. No me has perdido. Pero yo necesito ocupar mi tiempo, mi vida y mi vacío con algo más que lágrimas de sal y jornadas de trabajo interminables. Tengo que mirar hacia delante y no por ello voy a dejar de amarte. No ahora. No de momento.  Busco en otros todos los abrazos que te quedaron por darme, la calidez de tu cuerpo por las noches, los susurros de tus labios en mi oído: “Tesorooo, ti amo tanto…”. Aunque ya no sea cierto. Porque sé que una vez lo fue, que secuestraste mi corazón y me hiciste probar contigo la droga de tus palabras, de tu deseo y de tu piel. Y me resisto a superar esta adicción, a sanar las heridas de todos los síndromes que me produces: el de Estocolmo, el de abstinencia… Pero sé que debo paliar este dolor descarnado y recuperar la risa que fue la que te trajo a mí; tengo que remendar mi corazón antes de que se desgarre sin solución, y dejar de buscar tu sabor en otros labios, tu calor en otras manos. Dejar de buscarte.
Si  lo pensara dos veces nunca lo haría. Así que mi cuerpo dejará de esperarte entre almohadas empapadas de lágrimas y noches de fantasmas, para que mi alma y mi corazón no estén marchitos si algún día los reclamas.
Buscaba emborrachar mi piel de caricias y sexo, exprimir mi  tiempo hasta caer extenuada, aletargar mi mente para evitar el sufrimiento y disfrazar el dolor de pasión. Y casi lo consigo.
-  Yo también empecé a escribir un blog, ¿sabes? Hace tiempo…
-   Me gustaría leerlo…
Lo decía sinceramente. Mi alma parecía despertar de su letargo. Quizás no hiciera falta llevarla ni a la UCI. Quizás la recuperación fuera más breve de lo previsto, contra todo pronóstico. No esperaba que mis ojos encontraran tan gratos los suyos, pero así fue.  Supongo que el universo sigue conspirando contra mis sentidos con la calidez de unas palabras y la seducción de una mirada, y que su efecto narcotizante es proporcional al grado de entropía en mi mente embriagada. “Haga lo que tenga que hacer, doctor, mi vida está en sus manos”, pensé.  Aterciopeladas manos.


Bajamos las escaleras. Habíamos sido los primeros en entrar esa noche y pasaría más de media hora hasta que llegó la siguiente pareja y se situó junto a nosotros en la barra. “Cojamos nuestras copas y damos una vuelta por el local, así lo ves.” Un parque temático para nosotros solos, para saciar su deseo y para aliviar mi tensión y mi desesperanza.
- Este es el cuarto oscuro, aquí hay un baño, y estas son las taquillas…  Nunca había visto esto tan vacío…
Sin previo aviso, acercó su cara a la mía, e igual que en tantas películas y relatos folletinescos, me besó apasionadamente en los labios y su lengua buscó enredarse con la mía al tiempo que me empujaba contra las taquillas y me levantaba la falda para acceder a mi piel en estado febril. Abracé con mis piernas su cintura mientras sus brazos me levantaban para colocar mi rostro a la altura del suyo. Cómo sería de apasionada la escena, que incluso en ese lugar, donde los amantes se entregan a su lujuria en cualquier rincón ante la mirada de otros, y donde la liberación de los instintos en público se interpreta como una invitación a compartir caricias o experiencias, las personas que en ese momento entraron en el vestuario a cambiarse debieron de sentir que se estaban entrometiendo en nuestra privacidad, que esa era una manzana prohibida para sus ojos, así que se retiraron discretamente para no interrumpirnos.  Cuando nos dimos cuenta, no pudimos evitar reírnos de lo contradictorio de la situación.
A pesar de la química de las feromonas, del sudor emulsionado de nuestros cuerpos, del rápido subidón de las endorfinas que no pararon de generarse en toda la noche, de haber experimentado por primera vez en mi vida lo que consideraba que era un placer vetado y ausente en mi ser, hasta el punto de que la explosión acuosa que emanó súbitamente de mí y empapó las sábanas me sobresaltó momentáneamente, sé que, aunque me afane en tratar los síntomas y me aplique todos los tratamientos paliativos a mi alcance, los ruidos de la sístole y la diástole aún son preocupantes. “Doctor, dígame la verdad, necesito saber cuánto tiempo me queda y si ya se conocen las causas que motivaron esta situación…”.
Posts relacionados:

- Balikhum Blue: Malos tiempos para la lírica.
- Lys Green: Demasiadas coincidencias

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios