jueves, 23 de agosto de 2012

Betty Red: Una noche de agosto en Madrid (II). Encuentro por el chat

[Continuación de Lys Green: Una noche de agosto en Madrid (I)]

"El calor era sofocante. Un calor asfixiante, aun sin humedad. El mojito me lo había bebido casi de un trago, en ayunas y sin darme ni cuenta. Solo quedaban los hielos, pero se derretían al contacto con mis labios, que ardían. Me alegraba de estar en compañía de una persona amiga, pero aún me sentía tensa, agobiada y extenuada en extremo. Seguía necesitando canalizar todo eso y sacarlo de mí. En ese momento desearía ser Betty. O tener la decisión de Betty. ¿Qué habría hecho ella en mi lugar? Lo tenía clarísimo. No darle vueltas y lanzarse. Le habría cogido la mano, le habría dicho que es un encanto (aunque no era realmente su tipo) y si le hubiera apetecido le habría besado coquetamente en la mejilla, cerca de los labios, dejándole la puerta abierta. Lo sé porque es como actuó aquella vez, sin premeditarlo siquiera, pero de hecho fue así."

Al leer las palabras de Lys se me vino a la cabeza lo que sabía del primer encuentro de Betty con alguien que conoció a través del chat.

Era la primera vez que quedaba con un desconocido. El chico tenía la misma edad que este con el que estaba ahora Lys. Era alto, moreno, delgado, risueño, mirada sugerente. Su voz era profunda y cálida. A Betty le tranquilizó ver que más o menos se correspondía con la imagen que se había formado de él a través de las fotografías que le había enviado, aunque como suele pasar, aquellas le desmerecían bastante. Tenía la sensación de poder adivinar cómo era su carácter, aunque solo fuera por la hora larga que habían estado chateando con anterioridad. Reconoció que se lo había currado. También le dio confianza su afán por hacer que ella se sintiera segura y tranquila con él, por mostrarse tal cual era y demostrar que no tenía nada que ocultar. Enseguida le envió fotos personales, normales, de su vida cotidiana o en su trabajo. Sonriente y espontáneo en todas. Tampoco tuvo reparo en enviarle su correo electrónico personal, en el que incluso aparecía su nombre real, para hablar por Messenger más cómodamente. Más tarde le daría su número de teléfono para el caso de que surgiera cualquier cosa cuando se encontraran, pero también para que escuchara su voz y supiera que era real. No eran fotos de un tío superespectacular que parecía salido o recortado de cualquier anuncio con modelos (esto está a la orden del día en el chat o en los foros), sino fotos normales de una persona normal que se muestra como es. Sin duda ya había tenido bastantes experiencias de este tipo y se movía en aguas conocidas. Por eso se le veía seguro de sí mismo, consciente de que es él el que tiene que dar seguridad a la chica y el que tiene que arriesgar o poner de su parte si quiere que las negociaciones lleguen a buen puerto. Si tiene que enseñar una foto la enseña y lo que pone en su perfil es real y no un "quiero y no puedo" o un cebo. Los que hacen esto son los que más se quejan de que otros no se fíen o de que no haya chicas o seamos todas unas bordes. Baste decir que, si todos actuaran como este, otro gallo les cantaría. [Inciso: Si ni tú mismo crees en tu potencial y engañas desde el principio, o vas a saco, ¿cómo quieres que confíen los demás? La honestidad es importante. Eso es algo que no entienden todos en el chat y se quejan de que las parejas son muy exigentes (el que no lo entienda o no acepte las reglas del juego, que luego no se queje si no le dejan jugar...).]

Volviendo al relato... Solo por eso, Betty se decidió a darle una oportunidad. Siempre se podían echar atrás. Quedaron en ir a una cafetería a charlar antes un rato. En esta ocasión, ella era la que estaba nerviosa y él el que controlaba la situación. Después, acordaron que sí irían al local, y aún así sin compromiso. Allí pidieron sus respectivas copas y se volvieron a sentar a charlar, nada de ir a saco, no se trataba de eso. Ella recurrió a un Brugal con cola que le ayudara a desinhibirse un poco. Era la primera vez que quedaba con un desconocido y no estaba segura de si se echaría atrás en el último momento. Pero su seguridad y su magnetismo la sedujeron y la persuadieron de seguir adelante. Las luces tenues y la música acariciadora del local tornaron las sonrisas, los gestos y las miradas de curiosidad en interés por el otro, en una invitación a la seducción y al juego. Cuando ella, animada por el par de copas que le ayudaron a relajarse, sintió deseos de acercarse y besarle, se inclinó ligeramente hacia él pero no llegó siquiera a rozar su mejilla, porque él giró la cara y cruzó los labios en su camino, la acercó y la besó con intensidad y pasión, con calor, enredando su lengua con la de ella y los dedos en su melena. La sujetó por la cintura y la acercó aún más a él, haciéndola sentir pequeña, muy pequeña. Ella se dejó llevar al momento y se rindió a su atractivo y a su sonrisa pícara. Es justo lo que quería. Y no le dio mil vueltas a la cabeza sobre si es o no demasiado joven, si es o no un desconocido o si lo había conocido en un chat liberal o en la exposición de Chagall. Solo eran dos personas que deseaban lo mismo y se deseaban mutuamente.

"Ese solo quiere llevarte al huerto, te dice que le gustas y te encuentra guapa pero no es verdad, busca lo que todos los tíos". Las palabras de Mequetrefe habían sonado especialmente desafortunadas a los oídos lastimados de Lys en aquella ocasión en que ella le dijo que había conocido a alguien agradable con quien quedar algún día, solo para tomar algo, igual que había hecho él unas semanas antes. Se sintió extremadamente dolida y ofendida por el mensaje subliminal sobre su valía. Sus pensamientos le contestaron en silencio. "¿Y qué tiene eso de malo? A lo mejor es eso lo que quiero, precisamente. Me encantaría que alguien me dijera esas cosas y quisiera de verdad llevarme al huerto, y sentirme deseada, por una vez en la vida, siempre que me respeten y no me hagan daño". En eso se parecen Betty y Lys, las dos prefieren las dulces mentiras a una amarga verdad. Pero realmente Lys no estaba segura de querer eso. Lys querría poder hacer las cosas como Betty, sin pensar en ningún tipo de consecuencias, compromiso ni protocolos. Solo hacerlo. Ella no sabía que para Betty era una huida hacia adelante. Betty busca en esos encuentros una forma de llenar su vacío afectivo, y no le da vueltas ni busca razones a sus acciones para no ver la realidad. No mira atrás. Solo busca evadirse a ese mundo ideal en el que el chico en cuestión burla sus defensas, no se deja achantar por la desenvoltura y la sensación de seguridad en sí misma que transmite, y se deja embaucar por el aire de ingenuidad con el que ella se permite coquetear. No la acosa pero tampoco le pide permirso para besarla, porque ella no quiere que le pidan permiso si no es con una furtiva mirada a sus labios carnosos, con el roce de una mano en su mejilla, o ni tan solo eso, cuando los gestos sobran y la complacencia es tácita. Solo quiere que la besen con intensidad y sin explicaciones, sin justificaciones, sin titubeos. Sin más dilación. "Bésame, tonto". Quiere que le demuestren que pueden tomar el relevo y hacerse con el control de la situación. Es entonces cuando ella se entrega y se abandona a sus instintos, se deja conquistar, invadir y desnudar literalmente. Le gusta el juego y disfruta con la tensión sexual, los necesita y alimenta con ellos sus noches húmedas.

Lys, sin embargo, necesita saber a qué atenerse. Necesita que las cartas estén sobre la mesa y marcar los límites, aunque luego se los salte. Los nervios le hacen hablar siempre demasiado, es cierto, pero en su fuero interno sabe que ese mismo beso que ansía Betty haría que olvidara las palabras. Lys, que todo lo racionaliza, necesitaría, de darse el caso, el equilibrio entre pares. Estar los dos seguros de lo que quieren, los dos sin compromiso, los dos apasionados pero respetándose mutuamente. El equilibrio es muy delicado, pero cuando se produce es muy satisfactorio. Incluso puede que los encuentros se repitan y en las mismas circunstancias. Hasta que algo interfiere y ese delicado equilibrio se quiebra. Cualquier cosa. Cualquier detalle. Entonces uno empieza a comerse el coco más de la cuenta y el castillo de naipes, otra vez un castillo de naipes, se desmorona. Y a empezar de nuevo.

Estos encuentros son para Betty un placer efímero. Lo cierto es que echa de menos despertarse por la mañana y desayunar charlando con la misma persona con quien lo había hecho el día anterior. Pero oculta su fragilidad tras una máscara. Su forma de actuar en el chat en ocasiones la define. Le encantó una frase que le dijo un jovencito, que lo era demasiado para su gusto, pero que le pareció divertido. "Tienes cama y duermes en el suelo". Le sorprendió. ¿De verdad daba esa imagen de dura? Es verdad que su perfil era un poco borde para evitar la avalancha de "bops" que la invitaba a salir huyendo del chat. A veces se cierra en banda y aparenta llevar ella las riendas; hasta se permite ponerse un poco difícil.


Tras aquel profundo beso, no había nada más que decir. Sus cuerpos ardiendo les llevaron a un reservado donde se fueron despojando entre besos y caricias anhelantes de todo lo que se interponía entre su piel y la de él. Las botas altas de mosquetero, el vestido escotado, el polo oscuro de él, los pantalones... terminaron desperdigados por el suelo, el banquito o la mesilla del reservado con tal desconcierto que luego les costó encontrar a tientas más de una prenda. Una celosía volada sobre el banquito separaba el pequeño reservado del contiguo, y al cambiar de posición ella notó como una mano masculina se apoyaba con delicadeza sobre la suya mientras jadeaba sobre su pareja, buscando la complicidad de un contacto a ciegas. Ella no la apartó. No podía dejar de disfrutar de su propio placer al tiempo que se despertaba en ella una morbosa sensación de estar compartiendo su experiencia con la de la pareja de la que los separaba un entramado de apenas cinco centímetros, que dejaba adivinar las siluetas y filtraba murmullos anónimos. Así que los suspiros y los jadeos de uno y otro lado se entrelazaron, como los dedos del desconocido con los suyos, hasta el punto de que su cómplice "invisible" terminó por apretar su mano para hacerla partícipe de su clímax, y no se separó de ella sin una caricia sincera de agradecimiento. Ella se sintió entonces aún más receptiva y deseosa de volcar su pasión en su acompañante y se saltó varias de las normas que había esbozado en su cabeza para un primer encuentro.

En apenas tres horas, probaron todo tipo de posiciones, caricias y juegos hasta en tres reservados distintos. En todos ellos alcanzaron el culmen máximo de placer, tanto él como ella, e incluso se permitieron admirar la belleza de los dos cuerpos desnudos encajados como si fueran piezas de un puzle en el espejo de la pared. Necesitaron tomarse los preceptivos descansos en los dos jacuzzis y la sauna del local para recuperar fuerzas, pero no llegaba a pasar ni un cuarto de hora antes de que buscaran otro rincón donde acariciarse y besarse y volcar las ganas de vampirizarse el uno al otro hasta caer extenuados. Así pasó en las tres ocasiones. A ella le sorprendió que él dijera que no estaba en forma, porque desde luego su rendimiento fue más que sobresaliente. Y al día siguiente, cuando volvieron a chatear, los dos reconocieron tener agujetas por todo el cuerpo. A él no sé qué le sorprendió. Quizás que ella se mostrara tan dispuesta y receptiva en un primer encuentro. El caso es que decía que no solía repetir con la misma chica. Pero repitieron. Vaya si repitieron...

Hace mucho calor en casa, me estoy asfixiando y ahora no pienso en Lys ni en Betty. Solo pienso en lo que haré yo esta noche de agosto. Me sobra la ropa, y eso que solo llevo unas braguitas de Snoopy y una camiseta de tirantes, y el pelo recogido en un pequeño moño. Seguro que al levantarme se me quedará la piel de la silla pegada a los muslos. Estoy sudando pero no sé si solo por el calor que hace en casa. Necesito darme una ducha y refrescarme. Estoy segura de que pensar y escribir esto hace que aún sude más. Tengo que darme prisa porque escribiendo se me pasó el tiempo sin darme ni cuenta. Aún no sabemos cómo terminó la noche de Lys. Pero sí sé que Lys tuvo la suya y Betty también. Ahora me toca a mí. Mi chico me está esperando en un hotel. No sé lo que nos deparará a nosotros esta noche de agosto en Madrid. Qué calor...

[continuará]

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